Es importante aprender a diferenciar el miedo que nos protege de una amenaza en el aquí y ahora del miedo que nos limita. ⠀
Este último puede deberse a “fantasmas” del pasado o aprendidos que muchas veces ensombrecen nuestro presente y que se mantienen como creencias sobre nosotros mismos, los demás, el mundo…creencias que se construyeron en otro momento de nuestra vida y que tal vez se han instalado en nuestro sistema como verdades. ⠀
El miedo es la emoción básica que subyace a la inseguridad, y por ese motivo a veces no lo reconocemos como tal. ⠀Son diversas las formas que hemos desarrollado para afrontar estos miedos más limitadores. Una muy común es la tendencia al control, ya que la sensación de tener “todo controlado” nos lleva a percibir menos grado de amenaza. Sin embargo, es una estrategia que como todo, en su medida nos puede ayudar pero se nos puede acabar girando en contra, porque la verdad es que no podemos controlarlo todo. ⠀
En terapia aprendemos a diferenciar qué tipo de miedo se presenta, de qué amenaza nos informa, y en qué experiencias y conclusiones sobre ellas, mensajes recibidos o modelos, a menudo inconscientes, se arraiga. ⠀Trabajamos para que las personas puedan pasar de la filosofía del control a la filosofía de la confianza. Entonces, al reconocerlos, nombrarlos, identificar de dónde surgen y generando estrategias de afrontamiento que nos lleven a sentirnos más capaces, esos miedos se “desvanecen”.
Educar a nuestros hijos no es una tarea fácil. Como adultos nos enfrentamos a muchos retos diarios; lidiar con los problemas del día a día, gestionar posibles conflictos en el área de pareja, congeniar la vida laboral y personal, gestionar el tiempo con nuestros hijos, procurarles una buena educación en diferentes sentidos, ayudarles a introyectar los límites… Resumiendo, no es fácil ser padres. Aunque si echamos la mirada atrás podemos conectar con el hecho de que tampoco fue tarea sencilla ser hijos en nuestra infancia y adolescencia.
Nacemos con un cerebro todavía inmaduro, en el que se va construyendo poco a poco toda una arquitectura cerebral que favorece que, a lo largo del desarrollo y de nuestras experiencias, seamos cada vez más autónomos en la gestión de nuestras vidas, y en este sentido, gestionar nuestras emociones, nuestro medio interno, es una de las principales tareas a desarrollar.
En este proceso, los padres funcionan como un regulador externo auxiliar, que poco a poco favorecerá que los niños vayan construyendo su regulador interno a medida que el desarrollo de diferentes funciones lo permita.
Dicho así parece fácil. Hablo con muchos padres que quieren acompañar a sus hijos en dicho proceso pero se encuentran con dificultades en cómo lidiar con las emociones intensas de sus hijos, especialmente cuando estas se presentan de forma explosiva en las temidas por todos, “rabietas”.
Un aspecto importante es aprender a ver más allá de las conductas difíciles que se producen. Pararnos a preguntarnos y ayudarles a preguntarse qué es lo que están sintiendo para que se produzca dicho comportamiento.
En resumen, ayudándoles a mirar hacia adentro y tomar conciencia de sus estados internos, sus emociones, sensaciones y pensamientos para así poder acompañarles. Es lo que Daniel Siegel, psiquiatra, profesor y padre ha llamado la habilidad de “Mindsight”, la habilidad de la mente de observarse a sí misma, aportando herramientas útiles de cómo ayudar a nuestros hijos a desarrollarla.
Comparto con vosotros una entrevista al Dr. Siegel en que habla de forma muy clarificadora de estos aspectos. Responde a preguntas como ¿Qué hacer ante una rabieta de mi hijo? ¿Cómo acompañar a mi hijo a tomar conciencia de sus emociones? ¿Qué ocurre en la adolescencia? ¿Es realmente la adolescencia un periodo tan temible como está socialmente extendido?
Aunque el título hace referencia a la adolescencia, habla sobre diferentes momentos del desarrollo con múltiples ejemplos prácticos, desestructurando mitos y aportando consejos útiles.
Uno de los aspectos que trabajamos en terapia es la gestión del pensamiento, pues nuestras emociones dependen en gran parte del significado que damos a las experiencias de nuestra vida.
A veces confundimos nuestros pensamientos con la realidad.
¿Os ha pasado alguna vez que al cabo de un tiempo véis diferente un hecho que en otro tiempo os inquietó? El hecho no cambió, pero sí el significado que tiene para nosotros.
Muchas veces tenemos dificultades para dejar nuestra mente libre del ruído mental respecto a algo que nos preocupa, dificultándonos centrarnos en el aquí y ahora de nuestra experiencia. Nos preocupamos constantemente por algo con la sensación de que así nos estamos ocupando, pero paradójicamente la misma preocupación y la activación emocional relacionada no nos permiten conectar con una solución creativa al respecto.
La defusión del pensamiento
La defusión del pensamiento es una técnica útil para manejar el flujo de pensamientos que llegan a nuestra mente y regular la activación emocional.
Existen diferentes modalidades, pero la lógica subyacente es encontrar alguna forma de observar nuestros pensamientos desde fuera, como algo que puede simplemente transitar por nuestra mente sin quedarnos “enganchados” a ellos.
No podemos impedir que un pensamiento aparezca, pero sí podemos elegir no alimentarlo, dejarlo marchar.
Una de las modalidades que más trabajo en terapia es utilizar la visualización de un río, centrándonos en los sentidos y la experiencia de estar de pie en la orilla, observando el flujo de pensamiento como la corriente de agua fluyendo enfrente de nosotros pero sin entrar en ella.
Propongo entonces convertir cada pensamiento en una hoja que cae en el río y lleva la corriente, perdiéndose en el horizonte, y volver a los sentidos y a la observación de la respiración.
Y así con cada pensamiento que venga, o cuántos vengan.
El desarrollo tecnológico del último siglo ha permitido la implementación de nuevas herramientas en el campo de los estudios científicos sobre los procesos psicológicos y emocionales. Gracias a los recientes hallazgos en neurociencia ahora sabemos mucho más sobre la gran importancia y centralidad de las variables fisiológicas relacionadas con las respuestas emocionales y su funcionamiento, lo que ha abierto la puerta también a nuevas modalidades de intervención que son complementarias a las prácticas psicoterapéuticas tradicionales.
LA CENTRALIDAD DE LA ACTIVACIÓN FISIOLÓGICA EN LAS EMOCIONES
Sabemos que las emociones son respuestas psicofisiológicas que tienen un papel fundamental en nuestra interacción y adaptación al medio, pues contribuyen a la coordinación de respuestas conductuales adaptadas a las exigencias de un contexto en cambio constante. Así pues, las emociones son fenómenos multicomponente que aglutinan aspectos conductuales, cognitivos (de pensamiento) y fisiológicos. El estudio de los caminos neurales del procesamiento emocional ha arrojado luz a la tradicionalmente aceptada dualidad cuerpo-mente y nos insta a reconocer que el organismo es un todo integrado en que cuerpo y mente son indisociables y a enfatizar la gran importancia de la activación fisiológica en nuestras respuestas afectivas.
EL SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO
Esta activación es mediada por el sistema nervioso autónomo, que es aquél que se ocupa de coordinar funciones muy relevantes para la supervivencia del organismo de forma más automática, sin intervención de nuestra conciencia reflexiva o decisión conscient. El sistema nervioso autónomo, que conecta el cerebro con el cuerpo, permite que aquél reciba información recogida por los sentidos y también que emita una respuesta adecuada al contexto. Tiene dos ramas principales, la rama simpática, que sería el acelerador, que se relaciona con la activación fisiológica ante la demanda (como la respuesta de estrés), y la rama parasimpática, que se considera el “freno”, permitiendo un estado de calma y restauración del organismo al accionarse. Imaginemos que vamos en bicicleta y estamos transitando por una bajada. Utilizaremos una presión ligera en el freno para ir regulando la velocidad, para seguir manteniendo el control en el manejo del vehículo. Retomando la metáfora del freno y acelerador, podemos observar que cuanto más capacidad de modular este freno según el terreno que se me presenta, soltándolo cuando necesito acelerar y accionándolo con la presión correcta según necesite modular la velocidad o incluso frenar completamente, mejor podré transitar por el terreno. Para ello, necesitamos tanto la información del terreno que recogemos con nuestros sentidos como que nuestra respuesta se adecue a lo que percibimos.
Ya Darwin enfatizó la importancia de los procesos fisiológicos en las emociones y la conducta, interesándose por lo que él denominó nervio neumogástrico, que sería lo que hoy día denominamos el nervio vago. Este es el componente central del sistema nervioso parasimpático (el freno) y conecta nuestro cerebro con los órganos vitales de forma bidireccional. Lo que ahora sabemos es que el 80% de estas fibras nerviosas que componen el nervio vago son ascendentes, es decir, que mandan información de nuestro cuerpo al cerebro, y sólo el 20% son descendentes, mandando información del cerebro hacia los órganos.
Esta información ascendente modula nuestro funcionamiento a nivel cerebral, teniendo un impacto en nuestra percepción, atención, procesamiento de la información, toma de decisiones…en un gran abanico de capacidades que son indispensables para coordinar respuestas flexibles a las demandas de la vida.
EL CEREBRO DEL CORAZÓN
Se empieza a hablar del “cerebro del corazón”, ya que se ha demostrado que este órgano es mucho más que un músculo bombeador. Existe un sistema nervioso intrínseco del corazón que está formado por una estructura celular muy parecida a la del cerebro y que permite que este procese información y genere determinadas respuestas de forma independiente. Este sistema se sincroniza con la función cerebral por diversas vías; la ya comentada (impulsos nerviosos a través del sistema nervioso autónomo) pero también a través de intercambios químicos y de su campo electromagnético, que se extiende a varios metros de distancia del cuerpo (lo que también tiene interesantes implicaciones, ya que el campo electromagnético de nuestro corazón interacciona con el de aquellas personas que se sitúen a pocos metros, pero no me voy a extender en este aspecto ya que da para otro artículo entero). Además, el corazón es el órgano que más información manda a nuestro cerebro.
Resumiendo, nuestra función cardíaca tiene más capacidad de influir en nuestro cerebro que a la inversa, lo que nos lleva a la comprensión de que trabajar directamente con las variables fisiológicas permite un abordaje terapéutico “de abajo hacia arriba”, promoviendo mejoras a nivel de funcionamiento cerebral a través de la intervención en el cuerpo, en este caso, en la función cardíaca.
Pero, ¿cómo lo hacemos? Aquí es donde entra en juego el concepto de variabilidad de la frecuencia cardíaca y la coherencia psicofisiológica.
VARIABILIDAD DE LA FRECUENCIA CARDÍACA Y COHERENCIA PSICOFISIOLÓGICA
Un corazón sano no funciona como un metrónomo, sino que presenta una cierta variabilidad entre latidos. Una variabilidad de la frecuencia cardíaca elevada se ha relacionado en los estudios científicos con una buena salud física y psicológica, un mayor bienestar y una mayor capacidad de regulación emocional entre muchos otros beneficios, entre los que también se encuentra una mejor capacidad de atención, concentración y desempeño cognitivo. A su vez, una menor variabilidad se ha relacionado con un deterioro de la salud, con mayor mortalidad por todas las causas, así como con una menor capacidad de regulación emocional que se relaciona con la mayor presencia de diferentes trastornos psicológicos como el estrés crónico, la ansiedad, la depresión y trastornos de la personalidad. A medida que se ha ido investigando sobre el tema, se ha demostrado que la variabilidad de la frecuencia cardíaca es un indicador fisiológico de nuestro tono vagal, que es la capacidad de ejercer un control tónico de la activación fisiológica relacionada con las emociones mediante la modulación del freno vagal que he comentado anteriormente. Cuanto más capaces somos de modular el freno, más podremos controlar el poder activarnos proporcionalmente para hacer frente a una demanda sin soltarlo completamente, lo que sería útil en situaciones amenazantes para la vida en que necesitamos todos nuestros recursos, pero no en múltiples situaciones sociales en las que podría suponer un desgaste innecesario.
A partir de la variabilidad e la frecuencia cardíaca, se ha desarrollado el concepto de coherencia cardíaca, que viene a referirse a un patrón de ritmo cardíaco con unas características concretas, que fomenta una mejor sincronización de nuestro sistema cardíaco y nuestro cerebro. El organismo es un sistema muy complejo que requiere de una buena coordinación entre diferentes subsistemas para su buen funcionamiento. Pues bien, esta sincronización es lo que se ha observado cuando nos encontramos en un estado de coherencia cardíaca.
BIOFEEDBACK DE LA COHERENCIA CARDÍACA
Gracias a las nuevas tecnologías, actualmente disponemos de técnicas no invasivas que nos permiten monitorizar nuestra variabilidad de la frecuencia cardíaca y nuestro grado de coherencia en tiempo real, pudiendo observar el impacto de la regulación emocional en nuestro sistema con una medida objetiva. Asimismo, mediante el tipo de intervención conocida como biofeedback, podemos interevenir de forma ascendente para fomentar un estado de activación fisiológica que nos permita un mejor desempeño cognitivo, una mejor regulación emocional y, en definitiva, una mejor salud física y psicológica. Mediante diferentes técnicas, acompañamos a las personas a adquirir herramientas para entrar en un estado de coherencia psicofisiolófica y nos servimos de la retroalimentación de la información recogida por la monitorización para el entrenamiento de dicho estado así como para la observación de los cambios que producen en nosotros los diferentes estados emocionales y el impacto de nuestra regulación en la función cardíaca y por ende, en el funcionamiento cerebral.
Lo realmente fascinante de todo esto, es que podemos observar cómo la vivencia de emociones más reactivas como el miedo o la rabia, generan patrones cardíacos desorganizados que permanecen en el tiempo mucho más de lo que conscientemente podemos percibir, afectando tanto nuestras funciones cerebrales como nuestro sistema inmunológico. Por el contrario, los estados afectivos como el agradecimiento, la compasión o el amor, generan patrones de ritmo cardíaco coherentes, fluidos, que promueven una buena sincronización con nuestro funcionamiento cerebral, lo que se observa en los registros obtenidos.
Fuente: Instituto Heartmath
Así, aunque todas las emociones, incluso las desagradables, son necesarias para adaptarnos al medio, debemos poder regularlas para poder desarrollar respuestas flexibles i eficaces en cada momento, y es esta habilidad la que desarrollamos mediante el trabajo entorno a la coherencia cardíaca. Aprendemos a desarrollar la resiliencia, nuestra capacidad de afrontamiento, y regular nuestros estados emocionales desde su misma base, permitiendo que los diferentes subsistemas de nuestro cuerpo-mente funcionen de forma sincronizada para obtener mejores niveles de salud física y psicológica y un mejor desempeño a todos los niveles.
Esta semana hemos colaborado con la periodista Anna Solé de el periódico El Nacional para hablar sobre el duelo en tiempos de coronavirus y confinamiento.
Podéis acceder al artículo completo en el siguiente link:
La infidelidad es una de las crisis más difíciles por las que puede atravesar una relación de pareja. Aunque el hecho en sí duela, el dolor más profundo se produce por el quebrantamiento de la confianza en el seno de la relación, que es uno de sus pilares fundamentales. Las características de la infidelidad, el tiempo de relación o la situación vital de los miembros de la pareja son indicadores a tener en cuenta en el daño percibido, pero lo más nuclear suele ser una sensación profunda de traición por parte de alguien en quien habíamos confiado y a quien habíamos abierto nuestro corazón.
El primer impacto trae consigo mucha confusión, rabia, frustración. Es posible que la persona que sufre la infidelidad tenga sentimientos encontrados y oscile entre la rabia por la injusticia percibida, tristeza por la pérdida de la relación de confianza tal y como la conocían y miedo a perder a la pareja por la que todavía se tienen sentimientos. Por su lado, la persona que ha cometido la infidelidad puede acarrear una gran culpa y tristeza. Es importante poder elaborar esos sentimientos y darnos permiso para transitarlos y expresarlos para poder procesar la experiencia y darle un significado, pero no utilizándolos como arma de arrojo, sino para poder comprender la experiencia única que este hecho supone para nosotros en este momento de nuestra vida.
A veces, tendemos a minimizar los sentimientos en un intento de superarlo “rápidamente”, de algún modo hacer borrón y cuenta nueva y olvidar lo sucedido para recuperar la relación. Sin embargo, negar o reprimir nuestras emociones no las elimina, sino que las aprisiona en nuestro interior, de donde pueden emerger en cualquier momento como un volcán en erupción o, en el peor de los casos, enquistarse en nuestro interior.
Otras veces lo que ocurre es que la rabia incontrolada nos lleva a castigar al otro, a movilizar su ansiedad, esperando tal vez que la deuda sea saldada con un daño equiparable al que sufrimos. Pero no es una deuda que se salde con el dolor del otro. Sólo nosotros mismos tenemos el poder de decisión sobre las facturas pendientes que albergamos en nuestro interior.
Así pues, el único camino es transitar y comprender este dolor, lo que ha supuesto para nosotros la experiencia y el impacto percibido en nuestro sentido del yo.
Paralelamente hay que generar espacios en la pareja para que ese dolor pueda ser expresado, desarrollado y compartido. Ante el campo devastado y árido que puede sucederse después de una infidelidad, un encuentro en que ambos puedan expresarse y escuchar con curiosidad, compasión y empatía el dolor del otro supone un pequeño brote verde que lucha por emerger de las grietas de ese terreno que se nos antoja impracticable.
LA CORRESPONSABILIDAD
En una pareja ambos somos corresponsables de las dinámicas de funcionamiento que establecemos y de los aspectos que acontecen en el seno de una relación con tanta carga emocional. Este aspecto es relevante en el proceso de superar una infidelidad, pues nos llevará a analizar conjuntamente el contexto en el que ha aparecido la crisis y poder dar un significado a esta para poder comprender y aprender de ello, además de ser una oportunidad para revisar aquellos aspectos disfuncionales de nuestra relación anterior a la infidelidad.
Fuente: TOMASZ MRO
EL PERDÓN
Tras expresar y elaborar nuestros sentimientos y haber construido un significado sobre la situación llegamos al punto de la decisión sobre perdonarnos a nosotros mismos y/o al otro y muchas ideas preconcebidas sobre lo que supone perdonar pueden suponer una barrera en el proceso.
Perdonar no significa que no nos importe el daño que nos han hecho ni que eximamos al otro de la responsabilidad de sus acciones.
El perdón NO es sinónimo de olvido, sino permitir la reparación del dolor. El olvido no es algo que se pueda generar intencionadamente de forma directa, no funciona por ese mecanismo. Cada vez que pienso que quiero olvidar algo y me quedo rumiando sobre ello, paradójicamente estoy reforzando su recuerdo. Los pensamientos pueden venir a nuestra mente pero podemos elegir si sumergirnos en ellos o dejarlos marchar. Así, el comprometernos con el perdón, con la elección de liberarnos del resentimiento significa deliberada y conscientemente dejar marchar los pensamientos rumiativos y ser conscientes de que aunque los pensamientos o recuerdos aparezcan no somos sus esclavos y podemos elegir dejarlos marchar y decidir en qué queremos focalizar nuestra atención y energía.
Perdonar tampoco significa reconciliarse. Es posible que logremos romper las facturas pendientes y rehusemos al pago de la deuda, pero que después de andar el camino de autoconocimiento, significado y decisión que supone el camino del perdón, decidamos que no queremos retomar la relación donde se produjo la deuda. Así, aunque el perdón es necesario para la reconciliación, no es suficiente para ella.
LA (POSIBLE) RECONCILIACIÓN
En los casos en los que la pareja decide embarcarse en el proceso de reconciliación, la experiencia puede ser una oportunidad de reorganizar aspectos de la relación anterior y poder construir un vínculo más saludable y reforzado una vez se ha podido expresar y procesar las emociones difíciles y se ha abierto un espacio para la reparación. No es fácil, y supondrá un esfuerzo consciente e intencionado por parte de los miembros de la pareja por integrar lo sucedido en la historia de su relación sin negarlo pero también sin volver a ello constantemente e ir poco a poco reconstruyendo la confianza, evitando que el miedo a que vuelva a ocurrir nos lleve a los celos y el control.
Así, el perdón, es una decisión consciente y deliberada de liberarnos del sufrimiento. A priori nos puede parecer que sólo tiene beneficios para la persona perdonada, que de algún modo absuelta de su “pecado” pero la realidad es que el perdón nos permite a nosotros mismos liberarnos del resentimiento, el rencor, los deseos de venganza y un sinfín de reacciones emocionales que nos perjudican y que lejos de ayudarnos nos paralizan e invaden un espacio mental que podríamos estar invirtiendo en nuestro propio desarrollo y bienestar, decidamos permanecer o no en la relación.
Hace años que la comunidad científica se está interesando por los efectos fisiológicos y psicológicos del contacto con la naturaleza. Muchos nos hemos sentido mejor después de pasar un fin de semana en la montaña; solemos decir “he podido desconectar”. Pero, ¿y si hubiera algo más? ¿Y si no se tratara de desconectar sino de reconectar?
Varios estudios demuestran que el
Shirin-Yoku, concepto japonés que se
podría traducir como “baño de bosque” tiene efectos muy beneficiosos para
nuestra salud física y psicológica. Por un lado, se produce una reducción de
los niveles de cortisol, la llamada “hormona del estrés”. Esta hormona, útil en
momentos en que debemos hacer frente alguna demanda, se nos puede girar en
contra si no se reducen sus niveles para volver a un estado de calma y
restauración. Los niveles elevados de cortisol basal se relacionan no sólo con
el estrés psicológico sino también con procesos inflamatorios a nivel físico
que se encuentran en la base de múltiples patologías físicas.
Por otro lado, también se ha
demostrado que los baños de bosque contribuyen a mejorar el sistema
inmunitario, en relación a un aumento de las células NK (un tipo de glóbulos
blancos que pueden atacar y matar células no deseadas como las tumorales) y un
aumento de proteínas anticancerígenas.
Los resultados de dichos estudios
señalan que con sólo un día de práctica del Sjinrin-Yoku,
los efectos se mantienen durante una semana; aumentándose este efecto a 30 días
si pasamos 3 días y dos noches en el bosque.
Existen ciertas indicaciones para
que se produzcan estos efectos, tanto en relación al tipo de bosque como a
nuestra actitud ante la experiencia. Los bosques frondosos, con gran densidad
de árboles, son mejores para el baño de bosque, porque en ellos existe una mayor
concentración en el aire de los elementos que se han relacionado con dichos
beneficios, como las fitoncidas (los aceites naturales que los árboles segregan
para protegerse de insectos, hongos y bacterias).
En cuanto a nuestra actitud ante la experiencia, realizar la actividad en silencio, caminando lentamente en conciencia plena a todos nuestros sentidos, es fundamental para poder beneficiarnos al máximo de la experiencia.
Este fin de semana asistí al seminario de formación en psicoterapia sensoriomotriz aplicada al tratamiento del trauma complejo y la disociación de la mano de una de las figuras referentes en el abordaje del trauma a nivel internacional, Janina Fisher. El abordaje sensoriomotriz es un modelo de intervención que se estructura sobre la base de los descubrimientos neurocientíficos sobre los cambios neurofisiológicos asociados al trauma.
Determinadas experiencias, por cómo las hemos vivido, sobrepasan nuestra capacidad de integración y no pueden ser, por decirlo de algún modo, digeridas. Diferentes elementos de la experiencia quedan, entonces, almacenados de forma fragmentada en nuestra mente y nuestro cuerpo, disparándose ante diferentes detonadores sin tener la sensación de estar recordando nada. Pero aunque no tengamos la sensación de estar recordando, dichas emociones o sensaciones son memorias corporales y emocionales relacionadas con la experiencia traumática que inundan de pasado nuestro presente y anticipan nuestro futuro desde la experiencia sesgada de un sistema nervioso desajustado e hipersensibilizado a la amenaza. Diferentes síntomas físicos y psicológicos son susceptibles de ser considerados en el marco de la reactivación de dichas memorias y de las respuestas de supervivencia biológicamente determinadas ante la interpretación preconsciente de amenaza por parte de nuestro cerebro, así como de las formas de intentar manejar dicho malestar. Si nuestro cerebro y nuestro cuerpo están (aún sin saberlo) reaccionando constantemente a la amenaza, no podemos orientarnos al crecimiento, actuar de forma flexible ni implicarnos en relaciones satisfactorias.
Me gustaría compartir con vosotros la entrevista que realizó La Vanguardia a Janina Fisher con motivo de su visita a Barcelona para impartir la formación.
La
autoestima es uno de los temas que aparece de forma recurrente en psicoterapia.
En algunas ocasiones es la demanda central de la persona, que quiere “mejorar
su autoestima” y otras muchas veces aparece
en el transcurso del proceso como una habilidad que, de ser desarrollada,
contribuiría a un mejor afrontamiento de la dificultad que se está
experimentando en cualquier ámbito.
Todos
tenemos una concepción, una narrativa sobre quiénes somos que ha sido
construida a partir de nuestra experiencia vital y los mensajes que hemos ido
recibiendo de forma explícita o implícita, especialmente de nuestras figuras
emocionalmente significativas y esta concepción lleva asociada una determinada
valoración, positiva o negativa de la imagen que hemos construido de nosotros mismos.
Si
entendemos que ha sido construida, significa que puede ser de- y re-construida.
El trabajo con la autoestima implica poder acercarnos con curiosidad a esta
narrativa, comprender las bases sobre las que se ha construido, cómo se
relaciona con algunas limitaciones de nuestro presente y desafiarla para poder flexibilizarla
y construir una visión más realista basada en una perspectiva más amplia, en el
aquí y ahora.
Desarrollar esta habilidad nos permite acceder a un sentimiento de
confianza interna que contribuye de
forma positiva a nuestra manera de afrontar los desafíos que se presentan en
nuestra vida y manejar nuestras relaciones con los demás de forma satisfactoria.
En este sentido, la autoestima se relaciona muy íntimamente con la asertividad,
que es definida por Walter Riso (2009) como “la habilidad de reconocer nuestros
límites de poner límites a las situaciones que la vida nos propone
respetándonos a nosotros mismos y a los demás”.
La autoestima y la asertividad, consideradas como habilidades, se
pueden desarrollar y entrenar. Del mismo modo que con el entrenamiento físico
desarrollamos nuestros músculos, existen distintas propuestas para el
desarrollo de las habilidades comentadas, que es el objetivo del taller que
proponemos.
Se trata de un taller intensivo en el que a través de ejercicios
vivenciales se trabajarán diferentes aspectos relacionados con la autoestima y
la asertividad para fomentar el entrenamiento y desarrollo de estas habilidades
así como un mayor conocimiento de nosotros mismos y las limitaciones que nos
impiden valorarnos y querernos incondicionalmente, por el mero hecho de existir
y ser quienes somos.
Este taller, que llevamos ofreciendo desde hace más de 10 años, está orientado a todas las personas interesadas a mejorar el desarrollo de su autoestima.
Si estáis interesados en inscribiros, o solicitar más información, podéis hacerlo a través del formulario de contacto de nuestra web, correo electrónico o vía telefónica en los teléfonos que encontraréis en el apartado “contacta” de la web.
Imparte el curso: Mariona Xaubet. Licenciada en Psicología por la Universitat Oberta de Catalunya. Postgrado en Terapia Integradora Dendros. Monográfico en terapia de pareja Dendros. Formación en Psicoterapia del Desarrollo Moral. Nivel I en Psicoterapia Sensoriomotriz. Nivel I en EMDR. Formación avanzada en trauma complejo y disociación.
El título de este post es una
frase de Buda que expresa con pocas y acertadas palabras una diferenciación indispensable
para comprender mejor nuestros estados afectivos y fluir mejor en nuestra vida.
Abrirse a la vida significa abrirse al dolor. Éste, que habitualmente aparece ante algún tipo de pérdida y que puede implicar la activación de diferentes emociones, como la tristeza o la rabia, es necesario en nuestras vidas para poder convertir las experiencias difíciles en un aprendizaje de vida; tiene una función adaptativa. Aprender a sustentar y transitar el dolor nos ayudará a dar un significado a la experiencia para poder construir sobre ello un aprendizaje profundo sobre nosotros, los demás, el mundo, la existencia…
En cambio, el sufrimiento es cualitativamente
diferente. A veces estamos dispuestos a sufrir mucho para no enfrentarnos al
dolor. El sufrimiento aparece cuando nos quedamos enrocados en una serie de
sentimientos alimentados habitualmente por nuestros pensamientos de tipo
obsesivo. Nos quedamos en el pensamiento rumiativo, en los “debería”, en los “por
qué” sin respuesta, en la culpa o la victimización, en una sensación de que las
cosas no deberían ser como son, lo que se relaciona con la aparición de sentimientos
que en lugar de ayudarnos a afrontar la situación nos sumen en una experiencia
de profundo malestar e indefensión. No podemos elegir cómo nos sentimos pero sí
podemos elegir qué decidimos pensar, la interpretación que hacemos de los
hechos que nos suceden y que está en la base de cómo vivimos la experiencia.
Al transitar el dolor y elaborar
un significado de la experiencia, éste desaparece. Recordaremos siempre lo que
nos dolió, pero ya no genera en nosotros una reacción emocional intensa.
Podemos dejar el hecho en el pasado y guardar en nuestra mochila el valioso
aprendizaje que sacamos de dicha experiencia y que nos ayuda a comprender de una
forma íntima y profunda nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo que
nos rodea desde donde afrontaremos futuras experiencias. En cambio, el
sufrimiento puede durar mucho tiempo después que la experiencia haya terminado
y no tiene una función adaptativa, sino que nos limita en nuestras vidas.
En terapia acompañamos a las
personas a tomar contacto con sus emociones, identificarlas, comprenderlas,
gestionarlas y expresarlas para que puedan acceder a la información tan valiosa
que nos aportan para nuestro bienestar emocional y realizar los ajustes o
movimientos necesarios para cubrir la necesidad que expresan y volver a un
estado de equilibrio. Reprimir las emociones, negarlas o silenciarlas es una
fuente de sufrimiento en tanto que no podemos elaborar el dolor que es la
expresión de una necesidad por cubrir.
Trabajando con los pensamientos y
creencias que alimentan el sufrimiento y los sentimientos relacionados,
aprendiendo a aceptar, abrazar, sustentar y transitar el dolor cuando se
presenta, las personas pueden liberarse del sufrimiento y abrirse a una
experiencia vital plena y profunda.
Nuestra experiencia es una contínua interacción entre el mundo exterior y el mundo interior. La información que percibimos a través de nuestros sentidos es filtrada y procesada por nuestro cerebro y nuestra mente en un proceso contínuo de interpretación del mundo que nos rodea en base a aquello que ya conocemos sobre éste y sobre nosotros mismos, es decir aquél aprendizaje que hemos construido a partir de experiencias anteriores. Estos aprendizajes se van configurando en creencias, que nos aportan una estructura para dicha interpretación; tienen un impacto en aquella información que será seleccionada para procesar y los términos en los que se realizará dicho proceso.
En pocas palabras, nuestras creencias son las gafas que nos ponemos para percibir el mundo. Los hechos son simplemente eso, hechos. Sin embargo, las personas no reaccionamos a los hechos sino a la interpretación que hacemos de éstos en base a las gafas que llevamos puestas.
Si tenemos la creencia de que las demás personas “no son de fiar”, nuestras experiencias relacionales serán interpretadas desde la base de esta creencia y muy probablemente esto ocasionará que adoptemos actitudes defensivas para protegernos de las intenciones ajenas, impidiéndonos relacionarnos desde la intimidad y generándonos malestar. A veces interpretaremos traición ante un hecho que podría ser leído desde múltiples alternativas de significado y cada vez que experimentemos dicha sensación, lo tomaremos como una confirmación de dicha creencia, por lo que se reforzará y mantendrá en nuestro sistema, provocando un impacto en nuestras nuevas relaciones. Aún cuando sentimos que una persona ha traicionado,por ejemplo, nuestra confianza, podemos concluir que un determinado acto o actitud de esta persona nos ha dañado pero eso no significa que las demás personas o esta misma vayan a tener este comportamiento en el futuro.
Las gafas que llevamos configuran la historia que nos contamos sobre lo que nos sucede, por lo que poder flexibilizarlas nos ayudará a poder construir un significado de nuestras experiencias que nos resulte adaptativo centrándonos en la idiosincrasia de la experiencia actual en el aquí y ahora, desde nuestra posición adulta. Ser conscientes de que llevamos estas gafas y explorarlas desde la conciencia reflexiva nos permitirá cuestionarlas y poder cambiarlas o flexibilizarlas.
Comparto con vosotros un cuento de origen budista que refleja muy bien esta cuestión:
“El profesor llegó a la casa del maestro zen y se presentó haciendo alarde de todos los títulos que había conseguido en sus largos años de estudio. Después, el profesor comentó el motivo de su visita, que no era otro que conocer los secretos de la sabiduría zen. En lugar de darle explicaciones, el maestro le invitó a sentarse y le sirvió una taza de té. Cuando la taza rebosó, el sabio, aparentemente distraído, siguió vertiendo la infusión de manera que el líquido se derramaba por la mesa. El profesor no pudo evitar llamarle la atención: “La taza está llena, ya no cabe más té” – le advirtió. El maestro dejó la tetera a un lado para afirmar: “Usted es como esta taza, llegó colmado de opiniones y prejuicios. A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada”.
Ante una situación de amenaza inminente a nuestra seguridad y/o integridad física o psicológica, se ponen en marcha una serie de mecanismos biológicamente programados para iniciar respuestas muy automáticas dirigidas a asegurar la superviencia.
Tendemos a pensar que nuestro comportamiento es siempre mediado por nuestro juicio racional, en base a la interpretación de la situación y elección de la respuesta más apropiada. Las funciones de planificación, toma de decisiones y juicio racional (entre muchas otras) son mediadas por la parte más frontal y superior de nuestro cerebro, el córtex prefrontal, especialmente del hemisferio izquierdo. Sin embargo, esto no siempre es así, sobretodo cuando nos referimos a las experiencias traumáticas en que nuestro sistema percibe la situación como una amenaza inminente a nuestra seguridad, en que nuestro cerebro se pone en “modo de alerta”.
Durante la vivencia de este tipo de experiencias, nuestro cerebro cambia su modo de proceder habitual e inhibe diferentes áreas que no son específicamente necesarias para la supervivencia en una sabia maniobra para economizar recursos pero que suele tener consecuencias en la consolidación del recuerdo y el desarrollo de sintomatología posterior. Si necesitamos responder de forma rápida, en milésimas de segundo, no podemos “perder el tiempo” analizando la situación detenidamente, contrastando diferentes opciones de respuesta, anticipando las consecuencias de cada una y eligiendo la que mejor interpretemos que nos puede servir para nuestro objetivo. Cuando se produce esta amenaza inminente, nuestro sistema tiene una configuración creada a través de miles de años de desarrollo filogenético de la especie para poder actuar al margen de nuestra consciencia reflexiva, que evolutivamente hablando, es relativamente “nueva”.
Ante la amenaza, una estructura cerebral del sistema límbico llamada amígdala (el detector de humo -y centro emocional- del cerebro) hace una primera valoración muy tosca en relación al nivel de peligro de la situación y si este es muy elevado, toma el mando y sin mediación de nuestra parte “pensante” pone en marcha una serie de respuestas de supervivencia mediadas por el sistema nervioso autónomo. Estas respuestas pueden ser movilizadoras y cursar con hiperactivación del sistema nervioso, lo que permite una serie de cambios fisiológicos para huir o luchar contra la amenaza. Si estas respuestas se ven truncadas o bien son opciones que no están disponibles, el sistema dispone que la mejor manera de sobrevivir es quedarse inmóvil, activando respuestas inmovilizadoras de paralización o de “muerte fingida”. Seha llamado muerte fingida a una conducta parecida a la muerte que posibilita la supervivencia cuando los depredadores están próximos y puede haber anestesia, anaglesia y enlentecimiento de las reacciones musculares/esqueléticas (Ogden, Minton y Pain, 2009).No es una respuesta decidida, pensada, sino que es una respuesta refleja procedente de nuestro cerebro más antiguo para asegurar nuestra supervivencia. En otras palabras, no estamos eligiendo reflexivamente cómo actuar.
Este es un aspecto muy relevante a tener en cuenta porque muchas personas que han sido víctimas de agresiones, abusos o violaciones sienten vergüenza y culpa por “no haber hecho nada”, por “no haber luchado” contra su agresor o agresores, e incluso muchas veces esta respuesta es motivo de desamparo legal . Es fundamental que estas personas comprendan que no pudieron elegir, que su sistema nervioso autónomo (específicamente la rama vagal dorsal) tomaba el mando para asegurar su supervivencia.
Si estamos sufriendo una agresión (o cualquier otra experiencia en la que sentimos un miedo intenso) y la respuestas de huida o de lucha no están disponibles sino que supondrían la posibilidad de una amenaza todavía mayor, lo más oportuno en términos de supervivencia del individuo y, por tanto, de la especie, es la inmovilización. Y cuando se trata de sobrevivir, para nuestro cerebro, no hay elección.
Oct 24 2020
El miedo
Es importante aprender a diferenciar el miedo que nos protege de una amenaza en el aquí y ahora del miedo que nos limita. ⠀
Este último puede deberse a “fantasmas” del pasado o aprendidos que muchas veces ensombrecen nuestro presente y que se mantienen como creencias sobre nosotros mismos, los demás, el mundo…creencias que se construyeron en otro momento de nuestra vida y que tal vez se han instalado en nuestro sistema como verdades. ⠀
El miedo es la emoción básica que subyace a la inseguridad, y por ese motivo a veces no lo reconocemos como tal. ⠀Son diversas las formas que hemos desarrollado para afrontar estos miedos más limitadores. Una muy común es la tendencia al control, ya que la sensación de tener “todo controlado” nos lleva a percibir menos grado de amenaza. Sin embargo, es una estrategia que como todo, en su medida nos puede ayudar pero se nos puede acabar girando en contra, porque la verdad es que no podemos controlarlo todo. ⠀
En terapia aprendemos a diferenciar qué tipo de miedo se presenta, de qué amenaza nos informa, y en qué experiencias y conclusiones sobre ellas, mensajes recibidos o modelos, a menudo inconscientes, se arraiga. ⠀Trabajamos para que las personas puedan pasar de la filosofía del control a la filosofía de la confianza. Entonces, al reconocerlos, nombrarlos, identificar de dónde surgen y generando estrategias de afrontamiento que nos lleven a sentirnos más capaces, esos miedos se “desvanecen”.
By Mariona Xaubet • Sin categoría