Setembre 8 2020
Tú no puedes
-¡Tú no puedes¡. ¡Tú no sabes! Frase que le dice la madre o padre a su hije cuando se está atando los cordones. O cuando sube a un árbol (Además haciendo un pronóstico de futuro –“¡que te vas a caer!”), hacer un plato de cocina, hacer una reparación de un objeto, cuando está dibujando o pintando y le decimos que lo hace mal. … En otras ocasiones acabamos por decir –“¡Ya lo hago yo!”. Cuando está intentando vestirse. Y así en muchos momentos en su infancia.
No somos conscientes del poder de las palabras, de las conductas que tenemos con nuestras criaturas. Y le repetimos de diferentes formas que son “torpes”, “ que mejor no probar”, “que mejor pedir ayuda”, “que no son capaces”. Hasta que llega el fatídico día que ya no hace falta que se lo digas porque ya lo ha aprendido. Ya lo ha interiorizado y convertido en parte de su identidad y de su percepción de sus capacidades.
El otro dia en terapia me acordé y expliqué este cuento , es de Jorge Bucay. “El elefante encadenado”
Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido de los niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, tamaño y una fuerza descomunales… Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centrímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente.
¿Qué lo sujeta entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: “Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?”.
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se había hecho esa pregunta alguna vez.
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.
Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro… Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede.
Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.
Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza…
Tu única manera de saber si puedes conseguirlo es intentarlos de nuevo poniendo en ello todo tu corazón.. ¡Todo tu corazón!.
Jorge Bucay
“Déjame que te cuente”
Cuando pienses que no puedes, para un momento para reflexionar si es una atadura de tu pasado que te impide probar y arriesgarte.
Y cuando estés delante de tu hije practica la paciencia para que vivas con tranquilidad que no le sale a la primera, ni a la segunda pero quizá a la quinta lo consiga. Confía en sus habilidades para que elle pueda aprender también a confiar.
Eva Aguilar
psicologa general sanitaria, psicoterapueta y terapeuta sexual
Novembre 20 2020
¡Vale por un masaje!
hace un tiempo que se incorporó en nuestro repertorio de actividades familiares , realizar un masaje con objetos.
Es sorprendente cómo dos niños de 6 y 11 años pueden estar 1 hora boca a bajo “jugando” a recibir un masaje.
Hoy , ha sido mi hijo pequeño que me ha dicho , “mama .¿ Por qué no preparas el comedor con luces y objetos y nos lo pones por espalda como tu sabes hacer? . Posteriormente ha ido por la casa para buscar diferentes “materiales” para la sesión.
Yo he preparado la sala, con velas, una manta , incienso, música.
Los objetos que al final hemos incorporado a la sesión han sido; diferentes peluches, un cojín, un pañuelo, una pluma de pavo real, unos calcetines, collares, piedras de diferente tamaño, un vibrador, un cuenco de metal , un palo de madera y alguna cosa más .
Mientras estaba acabando de preparar la actividad, mi hijo menor se ha ido a la cocina y de propia iniciativa y ha creado con un dibujo dos entradas “¡¡vale por un masaje¡¡
Cuando estaba en la puerta del comedor entregando su invitación, el mayor lo ha oído y ha querido incorporarse.
La música y la luz tenue nos han acompañaron en la velada. Y “jugábamos” masajeando lentamente con cada objeto por la espalda. Con la idea de percibir texturas, temperaturas, formas, peso. Si alguna de estas variables le molestaban o no era agradable tenían la consigna que lo hicieran explicito para dejar de utilizarlo o cambiar la forma de aplicación.
Cómo anécdota, el pequeño después de 40 minutos , comentó que ahora le apetecía ser él el que realizara los masajes. Cuando acabaron la dinámica además de percibirlos relajados, estaban contentos con lo que habían recibido y dado.
Pero hay más objetivos detrás de esta dinámica.
Si tienes hijas o hijos (también extensible a parejas) esta actividad es muy recomendable. Te invito a probarla.
By Eva Aguilar • Madres y Padres, Terapia Sexual