A menudo, en nuestras relaciones con los demás entramos en dinámicas poco
saludables en las que respondemos de manera casi automática a la conducta del
otro y viceversa. Tenemos, finalmente parte de responsabilidad en esa dinámica
tóxica que se ha generado, a pesar de que muchas veces, otorguemos exclusivamente
la “culpa” al otro por sus ofensas. Pero finalmente, los únicos responsables de
nuestras emociones somos nosotros, y también, en parte, de las dinámicas en las
que nos vemos envueltas. Tenemos la libertad última de decidir qué hacemos con
las ofensas de los demás:
Cerca de Tokio
vivía un gran samurai, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a
los jóvenes.
A pesar de su
edad, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario.
Cierto día un
guerrero conocido por su total falta de escrúpulos pasó por la casa del viejo.
Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que el
adversario hiciera su primer movimiento, y, gracias a su inteligencia
privilegiada para captar los errores, contraatacaba con velocidad fulminante.
El joven e
impaciente guerrero jamás había perdido una batalla.
Conociendo la
reputación del viejo samurai, estaba allí para derrotarlo y aumentar aún más su
fama.
Los estudiantes de zen que se encontraban
presentes se manifestaron contra la idea, pero el anciano aceptó el desafío.
Entonces fueron todos a la plaza de la ciudad, donde
el joven empezó a provocar al viejo:
Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en
la cara y le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus
ancestros.
Durante varias horas hizo todo lo posible para sacarlo
de sus casillas, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya
exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró de la plaza.
Decepcionados por el hecho de que su maestro
aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
-¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué
no usó su espada, aun sabiendo que podría perder la lucha, en vez de mostrarse
como un cobarde ante todos nosotros?
El viejo samurai repuso:
-Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo
aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?
-Por supuesto, a quien intentó entregarlo -respondió
uno de los discípulos.
-Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos añadió el maestro-. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.
Ene 8 2019
El Coleccionista de Insultos.
A menudo, en nuestras relaciones con los demás entramos en dinámicas poco saludables en las que respondemos de manera casi automática a la conducta del otro y viceversa. Tenemos, finalmente parte de responsabilidad en esa dinámica tóxica que se ha generado, a pesar de que muchas veces, otorguemos exclusivamente la “culpa” al otro por sus ofensas. Pero finalmente, los únicos responsables de nuestras emociones somos nosotros, y también, en parte, de las dinámicas en las que nos vemos envueltas. Tenemos la libertad última de decidir qué hacemos con las ofensas de los demás:
Cerca de Tokio vivía un gran samurai, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes.
A pesar de su edad, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario.
Cierto día un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos pasó por la casa del viejo. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que el adversario hiciera su primer movimiento, y, gracias a su inteligencia privilegiada para captar los errores, contraatacaba con velocidad fulminante.
El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla.
Conociendo la reputación del viejo samurai, estaba allí para derrotarlo y aumentar aún más su fama.
Los estudiantes de zen que se encontraban presentes se manifestaron contra la idea, pero el anciano aceptó el desafío.
Entonces fueron todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al viejo:
Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros.
Durante varias horas hizo todo lo posible para sacarlo de sus casillas, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró de la plaza.
Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
-¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podría perder la lucha, en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?
El viejo samurai repuso:
-Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?
-Por supuesto, a quien intentó entregarlo -respondió uno de los discípulos.
-Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos añadió el maestro-. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.
By Magda Del Pilar • Sin categoría, Terapia Individual • Tags: cuento