El desarrollo tecnológico del último siglo ha permitido la implementación de nuevas herramientas en el campo de los estudios científicos sobre los procesos psicológicos y emocionales. Gracias a los recientes hallazgos en neurociencia ahora sabemos mucho más sobre la gran importancia y centralidad de las variables fisiológicas relacionadas con las respuestas emocionales y su funcionamiento, lo que ha abierto la puerta también a nuevas modalidades de intervención que son complementarias a las prácticas psicoterapéuticas tradicionales.
LA CENTRALIDAD DE LA ACTIVACIÓN FISIOLÓGICA EN LAS EMOCIONES
Sabemos que las emociones son respuestas psicofisiológicas que tienen un papel fundamental en nuestra interacción y adaptación al medio, pues contribuyen a la coordinación de respuestas conductuales adaptadas a las exigencias de un contexto en cambio constante. Así pues, las emociones son fenómenos multicomponente que aglutinan aspectos conductuales, cognitivos (de pensamiento) y fisiológicos. El estudio de los caminos neurales del procesamiento emocional ha arrojado luz a la tradicionalmente aceptada dualidad cuerpo-mente y nos insta a reconocer que el organismo es un todo integrado en que cuerpo y mente son indisociables y a enfatizar la gran importancia de la activación fisiológica en nuestras respuestas afectivas.
EL SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO
Esta activación es mediada por el sistema nervioso autónomo, que es aquél que se ocupa de coordinar funciones muy relevantes para la supervivencia del organismo de forma más automática, sin intervención de nuestra conciencia reflexiva o decisión conscient. El sistema nervioso autónomo, que conecta el cerebro con el cuerpo, permite que aquél reciba información recogida por los sentidos y también que emita una respuesta adecuada al contexto. Tiene dos ramas principales, la rama simpática, que sería el acelerador, que se relaciona con la activación fisiológica ante la demanda (como la respuesta de estrés), y la rama parasimpática, que se considera el “freno”, permitiendo un estado de calma y restauración del organismo al accionarse. Imaginemos que vamos en bicicleta y estamos transitando por una bajada. Utilizaremos una presión ligera en el freno para ir regulando la velocidad, para seguir manteniendo el control en el manejo del vehículo. Retomando la metáfora del freno y acelerador, podemos observar que cuanto más capacidad de modular este freno según el terreno que se me presenta, soltándolo cuando necesito acelerar y accionándolo con la presión correcta según necesite modular la velocidad o incluso frenar completamente, mejor podré transitar por el terreno. Para ello, necesitamos tanto la información del terreno que recogemos con nuestros sentidos como que nuestra respuesta se adecue a lo que percibimos.
Ya Darwin enfatizó la importancia de los procesos fisiológicos en las emociones y la conducta, interesándose por lo que él denominó nervio neumogástrico, que sería lo que hoy día denominamos el nervio vago. Este es el componente central del sistema nervioso parasimpático (el freno) y conecta nuestro cerebro con los órganos vitales de forma bidireccional. Lo que ahora sabemos es que el 80% de estas fibras nerviosas que componen el nervio vago son ascendentes, es decir, que mandan información de nuestro cuerpo al cerebro, y sólo el 20% son descendentes, mandando información del cerebro hacia los órganos.
Esta información ascendente modula nuestro funcionamiento a nivel cerebral, teniendo un impacto en nuestra percepción, atención, procesamiento de la información, toma de decisiones…en un gran abanico de capacidades que son indispensables para coordinar respuestas flexibles a las demandas de la vida.
EL CEREBRO DEL CORAZÓN
Se empieza a hablar del “cerebro del corazón”, ya que se ha demostrado que este órgano es mucho más que un músculo bombeador. Existe un sistema nervioso intrínseco del corazón que está formado por una estructura celular muy parecida a la del cerebro y que permite que este procese información y genere determinadas respuestas de forma independiente. Este sistema se sincroniza con la función cerebral por diversas vías; la ya comentada (impulsos nerviosos a través del sistema nervioso autónomo) pero también a través de intercambios químicos y de su campo electromagnético, que se extiende a varios metros de distancia del cuerpo (lo que también tiene interesantes implicaciones, ya que el campo electromagnético de nuestro corazón interacciona con el de aquellas personas que se sitúen a pocos metros, pero no me voy a extender en este aspecto ya que da para otro artículo entero). Además, el corazón es el órgano que más información manda a nuestro cerebro.
Resumiendo, nuestra función cardíaca tiene más capacidad de influir en nuestro cerebro que a la inversa, lo que nos lleva a la comprensión de que trabajar directamente con las variables fisiológicas permite un abordaje terapéutico “de abajo hacia arriba”, promoviendo mejoras a nivel de funcionamiento cerebral a través de la intervención en el cuerpo, en este caso, en la función cardíaca.
Pero, ¿cómo lo hacemos? Aquí es donde entra en juego el concepto de variabilidad de la frecuencia cardíaca y la coherencia psicofisiológica.
VARIABILIDAD DE LA FRECUENCIA CARDÍACA Y COHERENCIA PSICOFISIOLÓGICA
Un corazón sano no funciona como un metrónomo, sino que presenta una cierta variabilidad entre latidos. Una variabilidad de la frecuencia cardíaca elevada se ha relacionado en los estudios científicos con una buena salud física y psicológica, un mayor bienestar y una mayor capacidad de regulación emocional entre muchos otros beneficios, entre los que también se encuentra una mejor capacidad de atención, concentración y desempeño cognitivo. A su vez, una menor variabilidad se ha relacionado con un deterioro de la salud, con mayor mortalidad por todas las causas, así como con una menor capacidad de regulación emocional que se relaciona con la mayor presencia de diferentes trastornos psicológicos como el estrés crónico, la ansiedad, la depresión y trastornos de la personalidad. A medida que se ha ido investigando sobre el tema, se ha demostrado que la variabilidad de la frecuencia cardíaca es un indicador fisiológico de nuestro tono vagal, que es la capacidad de ejercer un control tónico de la activación fisiológica relacionada con las emociones mediante la modulación del freno vagal que he comentado anteriormente. Cuanto más capaces somos de modular el freno, más podremos controlar el poder activarnos proporcionalmente para hacer frente a una demanda sin soltarlo completamente, lo que sería útil en situaciones amenazantes para la vida en que necesitamos todos nuestros recursos, pero no en múltiples situaciones sociales en las que podría suponer un desgaste innecesario.
A partir de la variabilidad e la frecuencia cardíaca, se ha desarrollado el concepto de coherencia cardíaca, que viene a referirse a un patrón de ritmo cardíaco con unas características concretas, que fomenta una mejor sincronización de nuestro sistema cardíaco y nuestro cerebro. El organismo es un sistema muy complejo que requiere de una buena coordinación entre diferentes subsistemas para su buen funcionamiento. Pues bien, esta sincronización es lo que se ha observado cuando nos encontramos en un estado de coherencia cardíaca.
BIOFEEDBACK DE LA COHERENCIA CARDÍACA
Gracias a las nuevas tecnologías, actualmente disponemos de técnicas no invasivas que nos permiten monitorizar nuestra variabilidad de la frecuencia cardíaca y nuestro grado de coherencia en tiempo real, pudiendo observar el impacto de la regulación emocional en nuestro sistema con una medida objetiva. Asimismo, mediante el tipo de intervención conocida como biofeedback, podemos interevenir de forma ascendente para fomentar un estado de activación fisiológica que nos permita un mejor desempeño cognitivo, una mejor regulación emocional y, en definitiva, una mejor salud física y psicológica. Mediante diferentes técnicas, acompañamos a las personas a adquirir herramientas para entrar en un estado de coherencia psicofisiolófica y nos servimos de la retroalimentación de la información recogida por la monitorización para el entrenamiento de dicho estado así como para la observación de los cambios que producen en nosotros los diferentes estados emocionales y el impacto de nuestra regulación en la función cardíaca y por ende, en el funcionamiento cerebral.
Lo realmente fascinante de todo esto, es que podemos observar cómo la vivencia de emociones más reactivas como el miedo o la rabia, generan patrones cardíacos desorganizados que permanecen en el tiempo mucho más de lo que conscientemente podemos percibir, afectando tanto nuestras funciones cerebrales como nuestro sistema inmunológico. Por el contrario, los estados afectivos como el agradecimiento, la compasión o el amor, generan patrones de ritmo cardíaco coherentes, fluidos, que promueven una buena sincronización con nuestro funcionamiento cerebral, lo que se observa en los registros obtenidos.
Fuente: Instituto Heartmath
Así, aunque todas las emociones, incluso las desagradables, son necesarias para adaptarnos al medio, debemos poder regularlas para poder desarrollar respuestas flexibles i eficaces en cada momento, y es esta habilidad la que desarrollamos mediante el trabajo entorno a la coherencia cardíaca. Aprendemos a desarrollar la resiliencia, nuestra capacidad de afrontamiento, y regular nuestros estados emocionales desde su misma base, permitiendo que los diferentes subsistemas de nuestro cuerpo-mente funcionen de forma sincronizada para obtener mejores niveles de salud física y psicológica y un mejor desempeño a todos los niveles.
Este fin de semana asistí al seminario de formación en psicoterapia sensoriomotriz aplicada al tratamiento del trauma complejo y la disociación de la mano de una de las figuras referentes en el abordaje del trauma a nivel internacional, Janina Fisher. El abordaje sensoriomotriz es un modelo de intervención que se estructura sobre la base de los descubrimientos neurocientíficos sobre los cambios neurofisiológicos asociados al trauma.
Determinadas experiencias, por cómo las hemos vivido, sobrepasan nuestra capacidad de integración y no pueden ser, por decirlo de algún modo, digeridas. Diferentes elementos de la experiencia quedan, entonces, almacenados de forma fragmentada en nuestra mente y nuestro cuerpo, disparándose ante diferentes detonadores sin tener la sensación de estar recordando nada. Pero aunque no tengamos la sensación de estar recordando, dichas emociones o sensaciones son memorias corporales y emocionales relacionadas con la experiencia traumática que inundan de pasado nuestro presente y anticipan nuestro futuro desde la experiencia sesgada de un sistema nervioso desajustado e hipersensibilizado a la amenaza. Diferentes síntomas físicos y psicológicos son susceptibles de ser considerados en el marco de la reactivación de dichas memorias y de las respuestas de supervivencia biológicamente determinadas ante la interpretación preconsciente de amenaza por parte de nuestro cerebro, así como de las formas de intentar manejar dicho malestar. Si nuestro cerebro y nuestro cuerpo están (aún sin saberlo) reaccionando constantemente a la amenaza, no podemos orientarnos al crecimiento, actuar de forma flexible ni implicarnos en relaciones satisfactorias.
Me gustaría compartir con vosotros la entrevista que realizó La Vanguardia a Janina Fisher con motivo de su visita a Barcelona para impartir la formación.
El título de este post es una
frase de Buda que expresa con pocas y acertadas palabras una diferenciación indispensable
para comprender mejor nuestros estados afectivos y fluir mejor en nuestra vida.
Abrirse a la vida significa abrirse al dolor. Éste, que habitualmente aparece ante algún tipo de pérdida y que puede implicar la activación de diferentes emociones, como la tristeza o la rabia, es necesario en nuestras vidas para poder convertir las experiencias difíciles en un aprendizaje de vida; tiene una función adaptativa. Aprender a sustentar y transitar el dolor nos ayudará a dar un significado a la experiencia para poder construir sobre ello un aprendizaje profundo sobre nosotros, los demás, el mundo, la existencia…
En cambio, el sufrimiento es cualitativamente
diferente. A veces estamos dispuestos a sufrir mucho para no enfrentarnos al
dolor. El sufrimiento aparece cuando nos quedamos enrocados en una serie de
sentimientos alimentados habitualmente por nuestros pensamientos de tipo
obsesivo. Nos quedamos en el pensamiento rumiativo, en los “debería”, en los “por
qué” sin respuesta, en la culpa o la victimización, en una sensación de que las
cosas no deberían ser como son, lo que se relaciona con la aparición de sentimientos
que en lugar de ayudarnos a afrontar la situación nos sumen en una experiencia
de profundo malestar e indefensión. No podemos elegir cómo nos sentimos pero sí
podemos elegir qué decidimos pensar, la interpretación que hacemos de los
hechos que nos suceden y que está en la base de cómo vivimos la experiencia.
Al transitar el dolor y elaborar
un significado de la experiencia, éste desaparece. Recordaremos siempre lo que
nos dolió, pero ya no genera en nosotros una reacción emocional intensa.
Podemos dejar el hecho en el pasado y guardar en nuestra mochila el valioso
aprendizaje que sacamos de dicha experiencia y que nos ayuda a comprender de una
forma íntima y profunda nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo que
nos rodea desde donde afrontaremos futuras experiencias. En cambio, el
sufrimiento puede durar mucho tiempo después que la experiencia haya terminado
y no tiene una función adaptativa, sino que nos limita en nuestras vidas.
En terapia acompañamos a las
personas a tomar contacto con sus emociones, identificarlas, comprenderlas,
gestionarlas y expresarlas para que puedan acceder a la información tan valiosa
que nos aportan para nuestro bienestar emocional y realizar los ajustes o
movimientos necesarios para cubrir la necesidad que expresan y volver a un
estado de equilibrio. Reprimir las emociones, negarlas o silenciarlas es una
fuente de sufrimiento en tanto que no podemos elaborar el dolor que es la
expresión de una necesidad por cubrir.
Trabajando con los pensamientos y
creencias que alimentan el sufrimiento y los sentimientos relacionados,
aprendiendo a aceptar, abrazar, sustentar y transitar el dolor cuando se
presenta, las personas pueden liberarse del sufrimiento y abrirse a una
experiencia vital plena y profunda.
A medida que crecemos, nos vamos dando cuenta de que a veces las cosas no salen como habíamos planeado. No podemos tener todo lo que deseamos, o al menos cuando lo deseamos y las experiencias que nos llevan a realizar este aprendizaje, aunque su vivencia sea desagradable, representan un valioso aprendizaje para la vida.
Cuando somos pequeños nos situamos en el mundo de forma egocentrada; esto es, desde una concepción del mundo como algo que existe en relación a nosotros y por tanto no comprendemos que aquél no gira entorno a nuestros deseos y necesidades; de hecho, vivimos nuestros deseos como auténticas necesidades. Entender que nuestro deseo no es “la ley” es un proceso que se va construyendo a medida que nos enfrentamos a diferentes obstáculos que muchas veces son fuente de frustración por evidenciar que hay una discrepancia entre lo real y lo ideal.
La frustración, que es una reacción natural ante los obstáculos que nos impiden conseguir una meta puede venir acompañada de emociones y sentimientos desagradables como la rabia, la cólera, y en algunos casos ansiedad.
Como todas las habilidades, se puede entrenar
Muchos padres sufren al ver estas reacciones en su hijo (las típicas “rabietas”), o bien no se sienten preparados para manejarlas y acompañarles en la gestión de las emociones que está experimentando, por lo que optan por “aliviar su malestar” y proporcionar al niño con inmediatez todo lo que pide o cree que necesita. Sin embargo, es importante que los niños aprendan a postergar la gratificación, pues esto les ayudará a generar herramientas que les permitan embarcarse en metas a largo plazo.
Por otro lado, recibir “noes” y aprender a manejar las emociones que surgen cuando esto sucede, es clave para poder descentrarse paulatinamente de esa posición ante el mundo y comprender que hay limitaciones de diferente índole y que las demás personas también tienen deseos y necesidades que no siempre van en consonancia con los suyos.
La bienintencionada sobreprotección hacia los niños para que no sientan frustración implica el riesgo de que no desarrollen aquellas estrategias de afrontamiento para poder manejarla de forma saludable, lo que les generará más sufrimiento cuando tengan que enfrentarse a ella en futuras ocasiones.
Entendemos por tolerancia a la frustración la habilidad de las personas para gestionar y tolerar las emociones desagradables y el malestar asociado a determinadas situaciones. Como habilidad, se puede desarrollar, y a tal efecto es importante aprender que hay una diferencia entre nuestros deseos y la realidad, que la vida no siempre es fácil o cómoda y que el hecho de no conseguir una meta no es igual al fracaso, entre otros aspectos. Por lo tanto, el significado que construimos alrededor de la experiencia frustrante es clave para su manejo.
Puesto que experimentamos frustración desde bien pequeños, tenemos la oportunidad de ayudar a los niños en el desarrollo de herramientas para su tolerancia y manejo.
Algunos consejos para ayudar a los niños a desarrollar la tolerancia a la frustración
Poner límites: Los límites son fundamentales para superar la posición egocentrada, aunque no hay que confundir la autoridad con el autoritarismo. Poner límites razonables, explicando su existencia y propósito y adecuarlos a la edad del niño junto con una explicación de las consecuencias de transgredirlos, desde la tranquilidad y la comprensión es recibido de forma diferente que “porque lo digo yo” o de amenazar con un castigo sin dar más explicaciones.
Postergar las gratificaciones: Aprender que no siempre se pueden conseguir las cosas con inmediatez ayuda a desarrollar habilidades como la perseverancia y a postergar la gratificación para poder proyectarse en metas a largo plazo sin la necesidad de la recompensa inmediata, por lo que es interesante que los niños se familiaricen con este aspecto.
Ayudarles a comprender la situación: Los niños comprenden el mundo en base a las categorías de que disponen, por lo que tomarse un tiempo de calidad para estar con ellos y poder explicarles las cosas les ayudará a ir dando significado y reorganizar su experiencia. Por pequeño que sea el niño, se beneficiará de que le expliquemos las cosas tal y como son adaptando, claro está, la información a su edad y necesidades. Comprender que lo ideal es diferente de lo real ayuda a generar expectativas realistas.
Ayudarles a reconocer las emociones, permitiéndolas y dar herramientas para gestionarlas: Conectar con los niños desde el afecto y ayudarles a poner nombre y entender las diferentes emociones que están sintiendo, así como dotarlos de estrategias para calmarse les ayudará a frenar la impulsividad y a no desarrollar estrategias de afrontamiento evitativas o agresivas.
Predicar con el ejemplo: Es complicado transmitir algo que nosotros mismos tenemos que resolver; ¿cómo tolero yo la frustración?¿cómo reacciono cuando algo no sale de acuerdo a lo planeado? ¿Suelo buscar “culpables” en el exterior? ¿Me responsabilizo de mis emociones? ¿qué significado le doy al error? ¿lo vivo como algo insoportable? Son preguntas que nos ayudarán a tomar conciencia de cómo nos desempeñamos nosotros mismos en este área.
Evitar la sobreprotección: Como ya se ha mencionado anteriormente, aún desde la mejor de las intenciones, evitar que los niños se enfrenten a la frustración puede repercutir en el desarrollo de la autoestima y de la seguridad emocional que le permita enfrentarse a los obstáculos confiando en sus recursos. Aunque nos cueste, debemos confiar en sus capacidades para resolver ellos mismos pues de lo contrario les mandamos el mensaje de que ellos solos no pueden.
Evitar las críticas o “etiquetas” ante los errores: Equivocarse es parte del propio proceso de aprendizaje, pero puede ser una fuente importante de frustración. Así, si confiamos en nuestros hijos y en su capacidad, les ayudaremos a vivir este error como lo que es, una oportunidad para aprender de la situación que se puede gestionar para seguir adelante y no como algo indeseable e insoportable. Este aspecto es importante porque penalizar los errores desde la crítica (“eres un desastre”) puede invitar a la lectura por parte del niño de que nuestro afecto como padres depende de que cumpla con las metas y objetivos, ser querido por “el hacer” (exigencia) en lugar de sentirse aceptado y querido simplemente por ser (autoestima). Si criticamos en lugar de ayudarle a comprender lo que sucede y ayudarle a buscar alternativas de solución reforzando aquellas conductas deseables es más probable que se genere culpa en lugar responsabilidad.
May 6 2020
Variabilidad de la frecuencia cardíaca: trabajando la regulación emocional desde el cuerpo
El desarrollo tecnológico del último siglo ha permitido la implementación de nuevas herramientas en el campo de los estudios científicos sobre los procesos psicológicos y emocionales. Gracias a los recientes hallazgos en neurociencia ahora sabemos mucho más sobre la gran importancia y centralidad de las variables fisiológicas relacionadas con las respuestas emocionales y su funcionamiento, lo que ha abierto la puerta también a nuevas modalidades de intervención que son complementarias a las prácticas psicoterapéuticas tradicionales.
LA CENTRALIDAD DE LA ACTIVACIÓN FISIOLÓGICA EN LAS EMOCIONES
Sabemos que las emociones son respuestas psicofisiológicas que tienen un papel fundamental en nuestra interacción y adaptación al medio, pues contribuyen a la coordinación de respuestas conductuales adaptadas a las exigencias de un contexto en cambio constante. Así pues, las emociones son fenómenos multicomponente que aglutinan aspectos conductuales, cognitivos (de pensamiento) y fisiológicos. El estudio de los caminos neurales del procesamiento emocional ha arrojado luz a la tradicionalmente aceptada dualidad cuerpo-mente y nos insta a reconocer que el organismo es un todo integrado en que cuerpo y mente son indisociables y a enfatizar la gran importancia de la activación fisiológica en nuestras respuestas afectivas.
EL SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO
Esta activación es mediada por el sistema nervioso autónomo, que es aquél que se ocupa de coordinar funciones muy relevantes para la supervivencia del organismo de forma más automática, sin intervención de nuestra conciencia reflexiva o decisión conscient. El sistema nervioso autónomo, que conecta el cerebro con el cuerpo, permite que aquél reciba información recogida por los sentidos y también que emita una respuesta adecuada al contexto. Tiene dos ramas principales, la rama simpática, que sería el acelerador, que se relaciona con la activación fisiológica ante la demanda (como la respuesta de estrés), y la rama parasimpática, que se considera el “freno”, permitiendo un estado de calma y restauración del organismo al accionarse. Imaginemos que vamos en bicicleta y estamos transitando por una bajada. Utilizaremos una presión ligera en el freno para ir regulando la velocidad, para seguir manteniendo el control en el manejo del vehículo. Retomando la metáfora del freno y acelerador, podemos observar que cuanto más capacidad de modular este freno según el terreno que se me presenta, soltándolo cuando necesito acelerar y accionándolo con la presión correcta según necesite modular la velocidad o incluso frenar completamente, mejor podré transitar por el terreno. Para ello, necesitamos tanto la información del terreno que recogemos con nuestros sentidos como que nuestra respuesta se adecue a lo que percibimos.
Ya Darwin enfatizó la importancia de los procesos fisiológicos en las emociones y la conducta, interesándose por lo que él denominó nervio neumogástrico, que sería lo que hoy día denominamos el nervio vago. Este es el componente central del sistema nervioso parasimpático (el freno) y conecta nuestro cerebro con los órganos vitales de forma bidireccional. Lo que ahora sabemos es que el 80% de estas fibras nerviosas que componen el nervio vago son ascendentes, es decir, que mandan información de nuestro cuerpo al cerebro, y sólo el 20% son descendentes, mandando información del cerebro hacia los órganos.
Esta información ascendente modula nuestro funcionamiento a nivel cerebral, teniendo un impacto en nuestra percepción, atención, procesamiento de la información, toma de decisiones…en un gran abanico de capacidades que son indispensables para coordinar respuestas flexibles a las demandas de la vida.
EL CEREBRO DEL CORAZÓN
Se empieza a hablar del “cerebro del corazón”, ya que se ha demostrado que este órgano es mucho más que un músculo bombeador. Existe un sistema nervioso intrínseco del corazón que está formado por una estructura celular muy parecida a la del cerebro y que permite que este procese información y genere determinadas respuestas de forma independiente. Este sistema se sincroniza con la función cerebral por diversas vías; la ya comentada (impulsos nerviosos a través del sistema nervioso autónomo) pero también a través de intercambios químicos y de su campo electromagnético, que se extiende a varios metros de distancia del cuerpo (lo que también tiene interesantes implicaciones, ya que el campo electromagnético de nuestro corazón interacciona con el de aquellas personas que se sitúen a pocos metros, pero no me voy a extender en este aspecto ya que da para otro artículo entero). Además, el corazón es el órgano que más información manda a nuestro cerebro.
Resumiendo, nuestra función cardíaca tiene más capacidad de influir en nuestro cerebro que a la inversa, lo que nos lleva a la comprensión de que trabajar directamente con las variables fisiológicas permite un abordaje terapéutico “de abajo hacia arriba”, promoviendo mejoras a nivel de funcionamiento cerebral a través de la intervención en el cuerpo, en este caso, en la función cardíaca.
Pero, ¿cómo lo hacemos? Aquí es donde entra en juego el concepto de variabilidad de la frecuencia cardíaca y la coherencia psicofisiológica.
VARIABILIDAD DE LA FRECUENCIA CARDÍACA Y COHERENCIA PSICOFISIOLÓGICA
Un corazón sano no funciona como un metrónomo, sino que presenta una cierta variabilidad entre latidos. Una variabilidad de la frecuencia cardíaca elevada se ha relacionado en los estudios científicos con una buena salud física y psicológica, un mayor bienestar y una mayor capacidad de regulación emocional entre muchos otros beneficios, entre los que también se encuentra una mejor capacidad de atención, concentración y desempeño cognitivo. A su vez, una menor variabilidad se ha relacionado con un deterioro de la salud, con mayor mortalidad por todas las causas, así como con una menor capacidad de regulación emocional que se relaciona con la mayor presencia de diferentes trastornos psicológicos como el estrés crónico, la ansiedad, la depresión y trastornos de la personalidad. A medida que se ha ido investigando sobre el tema, se ha demostrado que la variabilidad de la frecuencia cardíaca es un indicador fisiológico de nuestro tono vagal, que es la capacidad de ejercer un control tónico de la activación fisiológica relacionada con las emociones mediante la modulación del freno vagal que he comentado anteriormente. Cuanto más capaces somos de modular el freno, más podremos controlar el poder activarnos proporcionalmente para hacer frente a una demanda sin soltarlo completamente, lo que sería útil en situaciones amenazantes para la vida en que necesitamos todos nuestros recursos, pero no en múltiples situaciones sociales en las que podría suponer un desgaste innecesario.
A partir de la variabilidad e la frecuencia cardíaca, se ha desarrollado el concepto de coherencia cardíaca, que viene a referirse a un patrón de ritmo cardíaco con unas características concretas, que fomenta una mejor sincronización de nuestro sistema cardíaco y nuestro cerebro. El organismo es un sistema muy complejo que requiere de una buena coordinación entre diferentes subsistemas para su buen funcionamiento. Pues bien, esta sincronización es lo que se ha observado cuando nos encontramos en un estado de coherencia cardíaca.
BIOFEEDBACK DE LA COHERENCIA CARDÍACA
Gracias a las nuevas tecnologías, actualmente disponemos de técnicas no invasivas que nos permiten monitorizar nuestra variabilidad de la frecuencia cardíaca y nuestro grado de coherencia en tiempo real, pudiendo observar el impacto de la regulación emocional en nuestro sistema con una medida objetiva. Asimismo, mediante el tipo de intervención conocida como biofeedback, podemos interevenir de forma ascendente para fomentar un estado de activación fisiológica que nos permita un mejor desempeño cognitivo, una mejor regulación emocional y, en definitiva, una mejor salud física y psicológica. Mediante diferentes técnicas, acompañamos a las personas a adquirir herramientas para entrar en un estado de coherencia psicofisiolófica y nos servimos de la retroalimentación de la información recogida por la monitorización para el entrenamiento de dicho estado así como para la observación de los cambios que producen en nosotros los diferentes estados emocionales y el impacto de nuestra regulación en la función cardíaca y por ende, en el funcionamiento cerebral.
Lo realmente fascinante de todo esto, es que podemos observar cómo la vivencia de emociones más reactivas como el miedo o la rabia, generan patrones cardíacos desorganizados que permanecen en el tiempo mucho más de lo que conscientemente podemos percibir, afectando tanto nuestras funciones cerebrales como nuestro sistema inmunológico. Por el contrario, los estados afectivos como el agradecimiento, la compasión o el amor, generan patrones de ritmo cardíaco coherentes, fluidos, que promueven una buena sincronización con nuestro funcionamiento cerebral, lo que se observa en los registros obtenidos.
Así, aunque todas las emociones, incluso las desagradables, son necesarias para adaptarnos al medio, debemos poder regularlas para poder desarrollar respuestas flexibles i eficaces en cada momento, y es esta habilidad la que desarrollamos mediante el trabajo entorno a la coherencia cardíaca. Aprendemos a desarrollar la resiliencia, nuestra capacidad de afrontamiento, y regular nuestros estados emocionales desde su misma base, permitiendo que los diferentes subsistemas de nuestro cuerpo-mente funcionen de forma sincronizada para obtener mejores niveles de salud física y psicológica y un mejor desempeño a todos los niveles.
By Mariona Xaubet • Inteligencia Emocional, Sin categoría, Terapia Corporal, Terapia Individual • Tags: #coherenciacardiaca, #emociones, #regulacionemocional