El desarrollo tecnológico del último siglo ha permitido la implementación de nuevas herramientas en el campo de los estudios científicos sobre los procesos psicológicos y emocionales. Gracias a los recientes hallazgos en neurociencia ahora sabemos mucho más sobre la gran importancia y centralidad de las variables fisiológicas relacionadas con las respuestas emocionales y su funcionamiento, lo que ha abierto la puerta también a nuevas modalidades de intervención que son complementarias a las prácticas psicoterapéuticas tradicionales.
LA CENTRALIDAD DE LA ACTIVACIÓN FISIOLÓGICA EN LAS EMOCIONES
Sabemos que las emociones son respuestas psicofisiológicas que tienen un papel fundamental en nuestra interacción y adaptación al medio, pues contribuyen a la coordinación de respuestas conductuales adaptadas a las exigencias de un contexto en cambio constante. Así pues, las emociones son fenómenos multicomponente que aglutinan aspectos conductuales, cognitivos (de pensamiento) y fisiológicos. El estudio de los caminos neurales del procesamiento emocional ha arrojado luz a la tradicionalmente aceptada dualidad cuerpo-mente y nos insta a reconocer que el organismo es un todo integrado en que cuerpo y mente son indisociables y a enfatizar la gran importancia de la activación fisiológica en nuestras respuestas afectivas.
EL SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO
Esta activación es mediada por el sistema nervioso autónomo, que es aquél que se ocupa de coordinar funciones muy relevantes para la supervivencia del organismo de forma más automática, sin intervención de nuestra conciencia reflexiva o decisión conscient. El sistema nervioso autónomo, que conecta el cerebro con el cuerpo, permite que aquél reciba información recogida por los sentidos y también que emita una respuesta adecuada al contexto. Tiene dos ramas principales, la rama simpática, que sería el acelerador, que se relaciona con la activación fisiológica ante la demanda (como la respuesta de estrés), y la rama parasimpática, que se considera el “freno”, permitiendo un estado de calma y restauración del organismo al accionarse. Imaginemos que vamos en bicicleta y estamos transitando por una bajada. Utilizaremos una presión ligera en el freno para ir regulando la velocidad, para seguir manteniendo el control en el manejo del vehículo. Retomando la metáfora del freno y acelerador, podemos observar que cuanto más capacidad de modular este freno según el terreno que se me presenta, soltándolo cuando necesito acelerar y accionándolo con la presión correcta según necesite modular la velocidad o incluso frenar completamente, mejor podré transitar por el terreno. Para ello, necesitamos tanto la información del terreno que recogemos con nuestros sentidos como que nuestra respuesta se adecue a lo que percibimos.
Ya Darwin enfatizó la importancia de los procesos fisiológicos en las emociones y la conducta, interesándose por lo que él denominó nervio neumogástrico, que sería lo que hoy día denominamos el nervio vago. Este es el componente central del sistema nervioso parasimpático (el freno) y conecta nuestro cerebro con los órganos vitales de forma bidireccional. Lo que ahora sabemos es que el 80% de estas fibras nerviosas que componen el nervio vago son ascendentes, es decir, que mandan información de nuestro cuerpo al cerebro, y sólo el 20% son descendentes, mandando información del cerebro hacia los órganos.
Esta información ascendente modula nuestro funcionamiento a nivel cerebral, teniendo un impacto en nuestra percepción, atención, procesamiento de la información, toma de decisiones…en un gran abanico de capacidades que son indispensables para coordinar respuestas flexibles a las demandas de la vida.
EL CEREBRO DEL CORAZÓN
Se empieza a hablar del “cerebro del corazón”, ya que se ha demostrado que este órgano es mucho más que un músculo bombeador. Existe un sistema nervioso intrínseco del corazón que está formado por una estructura celular muy parecida a la del cerebro y que permite que este procese información y genere determinadas respuestas de forma independiente. Este sistema se sincroniza con la función cerebral por diversas vías; la ya comentada (impulsos nerviosos a través del sistema nervioso autónomo) pero también a través de intercambios químicos y de su campo electromagnético, que se extiende a varios metros de distancia del cuerpo (lo que también tiene interesantes implicaciones, ya que el campo electromagnético de nuestro corazón interacciona con el de aquellas personas que se sitúen a pocos metros, pero no me voy a extender en este aspecto ya que da para otro artículo entero). Además, el corazón es el órgano que más información manda a nuestro cerebro.
Resumiendo, nuestra función cardíaca tiene más capacidad de influir en nuestro cerebro que a la inversa, lo que nos lleva a la comprensión de que trabajar directamente con las variables fisiológicas permite un abordaje terapéutico “de abajo hacia arriba”, promoviendo mejoras a nivel de funcionamiento cerebral a través de la intervención en el cuerpo, en este caso, en la función cardíaca.
Pero, ¿cómo lo hacemos? Aquí es donde entra en juego el concepto de variabilidad de la frecuencia cardíaca y la coherencia psicofisiológica.
VARIABILIDAD DE LA FRECUENCIA CARDÍACA Y COHERENCIA PSICOFISIOLÓGICA
Un corazón sano no funciona como un metrónomo, sino que presenta una cierta variabilidad entre latidos. Una variabilidad de la frecuencia cardíaca elevada se ha relacionado en los estudios científicos con una buena salud física y psicológica, un mayor bienestar y una mayor capacidad de regulación emocional entre muchos otros beneficios, entre los que también se encuentra una mejor capacidad de atención, concentración y desempeño cognitivo. A su vez, una menor variabilidad se ha relacionado con un deterioro de la salud, con mayor mortalidad por todas las causas, así como con una menor capacidad de regulación emocional que se relaciona con la mayor presencia de diferentes trastornos psicológicos como el estrés crónico, la ansiedad, la depresión y trastornos de la personalidad. A medida que se ha ido investigando sobre el tema, se ha demostrado que la variabilidad de la frecuencia cardíaca es un indicador fisiológico de nuestro tono vagal, que es la capacidad de ejercer un control tónico de la activación fisiológica relacionada con las emociones mediante la modulación del freno vagal que he comentado anteriormente. Cuanto más capaces somos de modular el freno, más podremos controlar el poder activarnos proporcionalmente para hacer frente a una demanda sin soltarlo completamente, lo que sería útil en situaciones amenazantes para la vida en que necesitamos todos nuestros recursos, pero no en múltiples situaciones sociales en las que podría suponer un desgaste innecesario.
A partir de la variabilidad e la frecuencia cardíaca, se ha desarrollado el concepto de coherencia cardíaca, que viene a referirse a un patrón de ritmo cardíaco con unas características concretas, que fomenta una mejor sincronización de nuestro sistema cardíaco y nuestro cerebro. El organismo es un sistema muy complejo que requiere de una buena coordinación entre diferentes subsistemas para su buen funcionamiento. Pues bien, esta sincronización es lo que se ha observado cuando nos encontramos en un estado de coherencia cardíaca.
BIOFEEDBACK DE LA COHERENCIA CARDÍACA
Gracias a las nuevas tecnologías, actualmente disponemos de técnicas no invasivas que nos permiten monitorizar nuestra variabilidad de la frecuencia cardíaca y nuestro grado de coherencia en tiempo real, pudiendo observar el impacto de la regulación emocional en nuestro sistema con una medida objetiva. Asimismo, mediante el tipo de intervención conocida como biofeedback, podemos interevenir de forma ascendente para fomentar un estado de activación fisiológica que nos permita un mejor desempeño cognitivo, una mejor regulación emocional y, en definitiva, una mejor salud física y psicológica. Mediante diferentes técnicas, acompañamos a las personas a adquirir herramientas para entrar en un estado de coherencia psicofisiolófica y nos servimos de la retroalimentación de la información recogida por la monitorización para el entrenamiento de dicho estado así como para la observación de los cambios que producen en nosotros los diferentes estados emocionales y el impacto de nuestra regulación en la función cardíaca y por ende, en el funcionamiento cerebral.
Lo realmente fascinante de todo esto, es que podemos observar cómo la vivencia de emociones más reactivas como el miedo o la rabia, generan patrones cardíacos desorganizados que permanecen en el tiempo mucho más de lo que conscientemente podemos percibir, afectando tanto nuestras funciones cerebrales como nuestro sistema inmunológico. Por el contrario, los estados afectivos como el agradecimiento, la compasión o el amor, generan patrones de ritmo cardíaco coherentes, fluidos, que promueven una buena sincronización con nuestro funcionamiento cerebral, lo que se observa en los registros obtenidos.
Fuente: Instituto Heartmath
Así, aunque todas las emociones, incluso las desagradables, son necesarias para adaptarnos al medio, debemos poder regularlas para poder desarrollar respuestas flexibles i eficaces en cada momento, y es esta habilidad la que desarrollamos mediante el trabajo entorno a la coherencia cardíaca. Aprendemos a desarrollar la resiliencia, nuestra capacidad de afrontamiento, y regular nuestros estados emocionales desde su misma base, permitiendo que los diferentes subsistemas de nuestro cuerpo-mente funcionen de forma sincronizada para obtener mejores niveles de salud física y psicológica y un mejor desempeño a todos los niveles.
Nuestro cerebro está configurado para la supervivencia. Esto significa que existen determinados sistemas de acción para la vida que han sido configurados a lo largo de nuestra historia evolutiva como especie para responder ante las amenazas. Estos sistemas de acción están genéticamente predeterminados y están codificados en circuitos neurobiológicos específicos que controlan la ejecución de emociones particulares para responder a estímulos que tienen una significación importante para el organismo. El objetivo de su puesta en marcha es producir una serie de secuencias conductuales bien organizadas relacionadas con la supervivencia.
EL SENTIDO EVOLUTIVO DEL APEGO
Pensemos por un instante en un bebé. ¿Qué necesita para sobrevivir? Lógicamente no puede hacerlo por sí solo, pues los seres humanos nacemos todavía muy inmaduros en todos los sentidos. Lo que necesita el bebé para sobrevivir es el cuidado por parte de los adultos, que deben identificar y cubrir sus necesidades. Tiene mucho sentido entonces, que uno de los primeros sistemas de acción sea el implicado en la búsqueda de relación para obtener cuidados. Estamos configurados biológicamente para ello. Nadie le enseña a un bebé que debe llorar para que un adulto se acerque y restaure el equilibrio organísmico que se ha desajustado para volver a un estado de bienestar. El niño sabe que algo se siente mal; no puede identificar el qué porque no existe un sentido de conciencia del sí mismo como el que tenemos los adultos pero sí tiene una conciencia somática, de sensaciones corporales y todo ello está sustentado por una base neural específica.
DESARROLLO DE LA CAPACIDAD DE AUTO-REGULACIÓN
Este sistema de acción para la búsqueda de la relación se relaciona con la dimensión biológica del apego y se consolida desde el nacimiento hasta aproximadamente los 18 meses. En este proceso de consolidación se realiza el aprendizaje de la regulación emocional y de los estados internos a través del vínculo interpersonal. Se suele emplear la expresión de que la figura de apego ejerce como “córtex auxiliar” del pequeño, es decir, hace la función de regulación que él todavía no puede llevar a cabo porque no dispone de la estructura mental necesaria para ello en su cerebro todavía en proceso de maduración. Es la figura de apego quien identifica y responde a las necesidades del niño, calmándolas e interviniendo en su bienestar. Es en esta interacción, a través del apego, donde se construye y consolida una capacidad de regulación que pasará de ser una regulación interactiva a una auto-regulación.
Cuando el niño ha sido bien cuidado y respondido en una relación de contacto pleno y sintonía con su mundo interno, aprende a cuidarse a sí mismo, porque ha internalizado al otro como un objeto constante y proveedor de buenos cuidados.
Cuando esto no ha sido así, la persona mostrará en etapas posteriores del desarrollo una dificultad para calmarse, sintiéndose sobrepasada por sus emociones, lo que tiene importantes implicaciones en su funcionamiento adaptativo. Los esquemas relacionales que se hayan construido en la interacción con la figura de apego quedan grabados en estratos inferiores de nuestro cerebro como memorias procedimentales, que son inconscientes y se registran en nuestra corporalidad. Estos esquemas de “estar en relación” y la capacidad para regularse emocionalmente quedan grabados como huellas experienciales somatosensoriales que condicionarán nuestra forma de estar en el mundo en delante de forma automática, es decir sin intervención de la conciencia.
Una crianza deficitaria en términos de sintonía con las necesidades primarias e intervención para la regulación genera una serie de carencias en las estructuras neurobiológicas necesarias para la maduración, dejando lesiones persistentes en la capacidad de la persona para manejar la experiencia. La presencia de trauma grave temprano afecta la maduración del organismo en el sentido que queda afectado el concepto nuclear y corporal del sí mismo, del self.
EL FUNCIONAMIENTO DEL CEREBRO, DE ABAJO ARRIBA
Las funciones superiores del cerebro dependen de la buena consolidación de los estratos inferiores, en los que están codificadas las huellas tempranas y profundas de nuestra historia y se manifiestan en conductas procedimentales que funcionan al margen de nuestra conciencia. Es memoria, pero no una memoria explícita sino implícita, una memoria somática, corporal, donde se almacenan nuestros esquemas implícitos y procedimentales de estar en relación con otro ser humano.
May 6 2020
Variabilidad de la frecuencia cardíaca: trabajando la regulación emocional desde el cuerpo
El desarrollo tecnológico del último siglo ha permitido la implementación de nuevas herramientas en el campo de los estudios científicos sobre los procesos psicológicos y emocionales. Gracias a los recientes hallazgos en neurociencia ahora sabemos mucho más sobre la gran importancia y centralidad de las variables fisiológicas relacionadas con las respuestas emocionales y su funcionamiento, lo que ha abierto la puerta también a nuevas modalidades de intervención que son complementarias a las prácticas psicoterapéuticas tradicionales.
LA CENTRALIDAD DE LA ACTIVACIÓN FISIOLÓGICA EN LAS EMOCIONES
Sabemos que las emociones son respuestas psicofisiológicas que tienen un papel fundamental en nuestra interacción y adaptación al medio, pues contribuyen a la coordinación de respuestas conductuales adaptadas a las exigencias de un contexto en cambio constante. Así pues, las emociones son fenómenos multicomponente que aglutinan aspectos conductuales, cognitivos (de pensamiento) y fisiológicos. El estudio de los caminos neurales del procesamiento emocional ha arrojado luz a la tradicionalmente aceptada dualidad cuerpo-mente y nos insta a reconocer que el organismo es un todo integrado en que cuerpo y mente son indisociables y a enfatizar la gran importancia de la activación fisiológica en nuestras respuestas afectivas.
EL SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO
Esta activación es mediada por el sistema nervioso autónomo, que es aquél que se ocupa de coordinar funciones muy relevantes para la supervivencia del organismo de forma más automática, sin intervención de nuestra conciencia reflexiva o decisión conscient. El sistema nervioso autónomo, que conecta el cerebro con el cuerpo, permite que aquél reciba información recogida por los sentidos y también que emita una respuesta adecuada al contexto. Tiene dos ramas principales, la rama simpática, que sería el acelerador, que se relaciona con la activación fisiológica ante la demanda (como la respuesta de estrés), y la rama parasimpática, que se considera el “freno”, permitiendo un estado de calma y restauración del organismo al accionarse. Imaginemos que vamos en bicicleta y estamos transitando por una bajada. Utilizaremos una presión ligera en el freno para ir regulando la velocidad, para seguir manteniendo el control en el manejo del vehículo. Retomando la metáfora del freno y acelerador, podemos observar que cuanto más capacidad de modular este freno según el terreno que se me presenta, soltándolo cuando necesito acelerar y accionándolo con la presión correcta según necesite modular la velocidad o incluso frenar completamente, mejor podré transitar por el terreno. Para ello, necesitamos tanto la información del terreno que recogemos con nuestros sentidos como que nuestra respuesta se adecue a lo que percibimos.
Ya Darwin enfatizó la importancia de los procesos fisiológicos en las emociones y la conducta, interesándose por lo que él denominó nervio neumogástrico, que sería lo que hoy día denominamos el nervio vago. Este es el componente central del sistema nervioso parasimpático (el freno) y conecta nuestro cerebro con los órganos vitales de forma bidireccional. Lo que ahora sabemos es que el 80% de estas fibras nerviosas que componen el nervio vago son ascendentes, es decir, que mandan información de nuestro cuerpo al cerebro, y sólo el 20% son descendentes, mandando información del cerebro hacia los órganos.
Esta información ascendente modula nuestro funcionamiento a nivel cerebral, teniendo un impacto en nuestra percepción, atención, procesamiento de la información, toma de decisiones…en un gran abanico de capacidades que son indispensables para coordinar respuestas flexibles a las demandas de la vida.
EL CEREBRO DEL CORAZÓN
Se empieza a hablar del “cerebro del corazón”, ya que se ha demostrado que este órgano es mucho más que un músculo bombeador. Existe un sistema nervioso intrínseco del corazón que está formado por una estructura celular muy parecida a la del cerebro y que permite que este procese información y genere determinadas respuestas de forma independiente. Este sistema se sincroniza con la función cerebral por diversas vías; la ya comentada (impulsos nerviosos a través del sistema nervioso autónomo) pero también a través de intercambios químicos y de su campo electromagnético, que se extiende a varios metros de distancia del cuerpo (lo que también tiene interesantes implicaciones, ya que el campo electromagnético de nuestro corazón interacciona con el de aquellas personas que se sitúen a pocos metros, pero no me voy a extender en este aspecto ya que da para otro artículo entero). Además, el corazón es el órgano que más información manda a nuestro cerebro.
Resumiendo, nuestra función cardíaca tiene más capacidad de influir en nuestro cerebro que a la inversa, lo que nos lleva a la comprensión de que trabajar directamente con las variables fisiológicas permite un abordaje terapéutico “de abajo hacia arriba”, promoviendo mejoras a nivel de funcionamiento cerebral a través de la intervención en el cuerpo, en este caso, en la función cardíaca.
Pero, ¿cómo lo hacemos? Aquí es donde entra en juego el concepto de variabilidad de la frecuencia cardíaca y la coherencia psicofisiológica.
VARIABILIDAD DE LA FRECUENCIA CARDÍACA Y COHERENCIA PSICOFISIOLÓGICA
Un corazón sano no funciona como un metrónomo, sino que presenta una cierta variabilidad entre latidos. Una variabilidad de la frecuencia cardíaca elevada se ha relacionado en los estudios científicos con una buena salud física y psicológica, un mayor bienestar y una mayor capacidad de regulación emocional entre muchos otros beneficios, entre los que también se encuentra una mejor capacidad de atención, concentración y desempeño cognitivo. A su vez, una menor variabilidad se ha relacionado con un deterioro de la salud, con mayor mortalidad por todas las causas, así como con una menor capacidad de regulación emocional que se relaciona con la mayor presencia de diferentes trastornos psicológicos como el estrés crónico, la ansiedad, la depresión y trastornos de la personalidad. A medida que se ha ido investigando sobre el tema, se ha demostrado que la variabilidad de la frecuencia cardíaca es un indicador fisiológico de nuestro tono vagal, que es la capacidad de ejercer un control tónico de la activación fisiológica relacionada con las emociones mediante la modulación del freno vagal que he comentado anteriormente. Cuanto más capaces somos de modular el freno, más podremos controlar el poder activarnos proporcionalmente para hacer frente a una demanda sin soltarlo completamente, lo que sería útil en situaciones amenazantes para la vida en que necesitamos todos nuestros recursos, pero no en múltiples situaciones sociales en las que podría suponer un desgaste innecesario.
A partir de la variabilidad e la frecuencia cardíaca, se ha desarrollado el concepto de coherencia cardíaca, que viene a referirse a un patrón de ritmo cardíaco con unas características concretas, que fomenta una mejor sincronización de nuestro sistema cardíaco y nuestro cerebro. El organismo es un sistema muy complejo que requiere de una buena coordinación entre diferentes subsistemas para su buen funcionamiento. Pues bien, esta sincronización es lo que se ha observado cuando nos encontramos en un estado de coherencia cardíaca.
BIOFEEDBACK DE LA COHERENCIA CARDÍACA
Gracias a las nuevas tecnologías, actualmente disponemos de técnicas no invasivas que nos permiten monitorizar nuestra variabilidad de la frecuencia cardíaca y nuestro grado de coherencia en tiempo real, pudiendo observar el impacto de la regulación emocional en nuestro sistema con una medida objetiva. Asimismo, mediante el tipo de intervención conocida como biofeedback, podemos interevenir de forma ascendente para fomentar un estado de activación fisiológica que nos permita un mejor desempeño cognitivo, una mejor regulación emocional y, en definitiva, una mejor salud física y psicológica. Mediante diferentes técnicas, acompañamos a las personas a adquirir herramientas para entrar en un estado de coherencia psicofisiolófica y nos servimos de la retroalimentación de la información recogida por la monitorización para el entrenamiento de dicho estado así como para la observación de los cambios que producen en nosotros los diferentes estados emocionales y el impacto de nuestra regulación en la función cardíaca y por ende, en el funcionamiento cerebral.
Lo realmente fascinante de todo esto, es que podemos observar cómo la vivencia de emociones más reactivas como el miedo o la rabia, generan patrones cardíacos desorganizados que permanecen en el tiempo mucho más de lo que conscientemente podemos percibir, afectando tanto nuestras funciones cerebrales como nuestro sistema inmunológico. Por el contrario, los estados afectivos como el agradecimiento, la compasión o el amor, generan patrones de ritmo cardíaco coherentes, fluidos, que promueven una buena sincronización con nuestro funcionamiento cerebral, lo que se observa en los registros obtenidos.
Así, aunque todas las emociones, incluso las desagradables, son necesarias para adaptarnos al medio, debemos poder regularlas para poder desarrollar respuestas flexibles i eficaces en cada momento, y es esta habilidad la que desarrollamos mediante el trabajo entorno a la coherencia cardíaca. Aprendemos a desarrollar la resiliencia, nuestra capacidad de afrontamiento, y regular nuestros estados emocionales desde su misma base, permitiendo que los diferentes subsistemas de nuestro cuerpo-mente funcionen de forma sincronizada para obtener mejores niveles de salud física y psicológica y un mejor desempeño a todos los niveles.
By Mariona Xaubet • Inteligencia Emocional, Sin categoría, Terapia Corporal, Terapia Individual • Tags: #coherenciacardiaca, #emociones, #regulacionemocional