Pasamos gran parte de nuestra vida en el pasado y en el futuro, perdiéndonos lo único que realmente estamos viviendo: el presente. De hecho, llenamos el presente con culpas y remordimientos provenientes del pasado, a los cuales les añadimos la incertidumbre y las preocupaciones del futuro, generando grandes sentimientos de angustia, ansiedad o insatisfacción.

A lo largo del día realizamos diferentes tareas, pero no somos plenamente conscientes de ellas, no nos percatamos de lo que estamos haciendo porque tenemos la cabeza en otra parte. De hecho, realizamos muchas de las actividades cotidianas de manera automática, sin prestarles atención, estamos demasiado ocupadas recordando el pasado o muy preocupadas por el futuro, de manera que el presente se nos escapa.

En mayor o menor medida, todas en algún momento nos hemos quedado atrapados en este tiempo inexistente. Por ejemplo, cuando hacemos un trayecto en coche y no hemos sido conscientes del recorrido o cuando he acabado de comer sin haber sido consciente de los sabores y texturas de los alimentos que he ingerido.

Un gran ejemplo de esta manera de actuar con el piloto automático es el “experimento social” realizado por el diario Washington Post y el violinista Joshua Bell, uno de los mejores violinistas del mundo. En una estación de metro de Washington DC, Bell, interpretó una pieza extremadamente compleja, con un violín valorado en tres millones de dólares. Durante los 43 minutos que tocó 1.097 personas pasaron por su lado. Sólo siete se detuvieron para escuchar, e incluso estas siete personas permanecieron escuchando apenas unos pocos minutos. Dos días antes Joshua Bell había interpretado la misma pieza en un auditorio de Boston. En esa ocasión todas las entradas, con un precio medio de 100 dólares, se habían agotado.

Lo más sorprendente es que la reacción general fue de total indiferencia. Tan sólo 27 personas le dieron dinero al violinista, casi siempre sin pararse. Parece ser que sí llamó la atención de un niño de tres años que quería quedarse un rato más escuchando, pero su madre no tenía tiempo y le empujaba escaleras arriba.

Tras 43 minutos Bell dejó de tocar y se produjo el silencio. Nadie se dio cuenta ni nadie aplaudió. En total, Bell almacenó en la funda de su Stradivarius 32 dólares y algo de calderilla.

Alguna reflexión que podemos extraer de esta anécdota es que las prisas de la vida cotidiana, el piloto automático, a menudo nos impiden darnos cuenta de lo bello que puede ser el mundo que nos rodea, nuestro presente

Si miramos el mundo con mente de niña o principiante, en cada momento de cada día hay algo extraordinario a lo que prestar atención, algo a lo que conectarnos y vivir plenamente el aquí y ahora.