1 taza de inteligencia, ½ kg de sensualidad, 450 gr de comprensión, 200 gr de humor y 150 gr de belleza. Lo metemos en el horno y al terminar lo espolvoreamos con una pizca de detallismo. Listo, ya tenemos a nuestra pareja perfecta, la que siempre habíamos deseado.
Desde bien pequeños vamos creando la imagen de nuestra pareja ideal, aquella pareja perfecta, capaz de hacernos felices y que cumpla nuestras expectativas. Pero, ¿nos hemos parado a pensar en porque nunca lo encontramos?, ¿Por qué siempre nos topamos con el mismo problema?, ¿Por qué muchas veces no hace lo que nosotros queremos? Seguramente estas preguntas nos surjan cuando hemos puesto expectativas demasiado altas, poco o nada realistas.
Tener expectativas está bien, ya que nos ayuda a alcanzar objetivos y es el motor que nos impulsa a empezar una relación o irnos a vivir con nuestra pareja. Como hemos comentado antes, el conflicto surge cuando estas son irrealistas e inalcanzables. En este momento, es cuando sentimos que el otro no cumple con nuestros ideales y se inicia una incomodidad en la pareja, se despierta la decepción, la tristeza, el resentimiento y la frustración. Nos convencemos de que no es la persona indicada.
El problema no reside en esperar algo del otro, ya que esperamos que nuestra pareja nos comprenda y nos respete, sino en esperar que siempre lo haga y que debería de hacerlo. Aquí se abre la herida de los “debería”, pensamientos concretos y rígidos que no incluyen al otro.
En muchas ocasiones en terapia de pareja nos encontramos con frases como “debería de saber que cuando me voy a la habitación es porque estoy enfadada”, “debería de saber que no me gusta que llegue tarde”, etc. Estos deberías residen en esperar que el otro haga o entienda lo que pensamos sin nosotros habernos expresado.
Para poder construir una pareja sana es importante identificar y ser consciente de nuestras expectativas y saber separar lo que a mi me gustaría de quien es el otro, una persona, con una identidad, unas necesidades y unos sueños propios. Para esto es importante una comunicación asertiva, el respeto mutuo y la capacidad de escucha activa sin juzgar.
En definitiva, se basa en quitarnos las gafas que nos hacen verla cómo esperamos que sea y no como es.