El camino al cambio a través de la psicoterapia suele ser un camino con momentos complicados y dolorosos, a menudo se cree que es el o la terapeuta la que marca el ritmo y la dirección que debe seguir este recorrido, pero nada más lejos de la realidad. Es la propia persona que busca el cambio quien debe emprender y guiar ese camino, el cliente como experto en si mismo es quien lleva la batuta y marca el tempo, contenido y dirección de la terapia. A su vez, la o el terapeuta se encarga de que la terapia siga la dirección que la persona quiere emprender y evita que el equipo que forma cliente-terapeuta se desvié de los objetivos o demanda de terapia.
La reformulación de la demanda
No obstante, a menudo esta demanda se debe reformular conjuntamente con el o la paciente, esto puede deberse al hecho que quizás la formulación es muy general, la persona puede verbalizar “quiero estar bien, quiero ser feliz”, entonces es importante indagar en el significado de todos estos términos para la persona. También puede ocurrir que la demanda sea ajena, la persona puede decir “me han dicho que tengo que trabajar este aspecto de mí”, es importante en estos casos poder conseguir que nos verbalice una demanda terapéutica propia.
Puede haber otras razones por las cuales una demanda debe reformularse conjuntamente con el o la paciente, y una vez explicitada esta demanda terapéutica, es importante poder recuperar y repasar con la persona la demanda cada cierto tiempo, para de esta manera, resituarnos, ver qué aspectos se han ido alcanzando y qué otros faltaría, y también ver si la demanda debe incluir algún aspecto nuevo.
La metafóra del caballo perdido
Para ejemplificar este tipo de terapia no excesivamente directiva y respetuosa con las necesidades y resistencias de cada persona, Milton Erickson explicaba esta metáfora en sus seminarios:
Un día volvía de la escuela secundaria cuando un caballo desbocado pasó velozmente junto a un grupo de nosotros para entrar en el corral de un granjero…en busca de un trago de agua. El caballo sudaba profusamente. Y el granjero no lo reconoció, de modo que lo acorralamos. Yo salté al lomo…puesto que tenía bridas, tomé las riendas y le dije “¡Arre!”…orientándolo hacia la carretera. Sabía que el caballo tomaría la dirección correcta…No sabía cuál era esa dirección. Y el caballo trotó y galopó. De vez en cuando olvidaba que estaba en la carretera y entraba en un campo. De modo que tenía que tironear un poco y llamar su atención acerca del hecho de que se suponía que debía marchar por la carretera. Y finalmente, a unos seis kilómetros del lugar donde lo había montado, entró en un corral y el granjero dijo: “De modo que es así como ha vuelto ese animal. ¿Dónde lo encontraste?”
“A unos seis kilómetros de aquí”, le respondí.
“¿Cómo sabías tenías que traerlo a este sitio?”,
“No lo sabía…el caballo lo sabía. Todo lo que hice fue mantener su atención puesta en el camino.”
…Creo que es así como se hace psicoterapia.
Magda Del Pilar Carbonell
Psicóloga